lunes, 31 de diciembre de 2012

Casablanca (1942) – Michael Curtiz


Filme de culto, filme mítico, la muchas veces referenciada como mejor película de la historia del cine, filme infaltable en los listados de las mejores cintas de todos los tiempos; aunque por supuesto, todos sabemos lo subjetivos que estos rankings pueden ser, se trata sin duda de una cinta notable, inolvidable, que trata temas para entonces, 1942, muy delicados y actuales, por lo que supo calar en la mente de crítico y público, y claro, los protagonistas, una pareja de ensueño que termina de configurar un filme imperecedero, filme legendario en tierras yanquis. Basada en el relato "Everybody goes to Rick's" (todos van al café de Rick) de Murray Burnett y Joan Alison, nos narra la historia de un truncado romance, frustrado idilio durante 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, que tiene lugar en tierras marroquíes, Casablanca, área de movilización de refugiados provenientes del conflicto, que buscan una salida a Portugal o Estados Unidos. En esta tierra se encuentra un café, café que sirve de escenario para encuentros de oscuros personajes, y donde se reencuentran Rick, el dueño del café, e Ilsa, quienes sostuvieron intenso romance en París hasta antes de la ocupación nazi; el reencuentro generará severo dilema para Rick, el que deberá resolver cuanto antes ante la premura de la guerra. Por supuesto, buena parte de lo mítico del filme descansa en los protagonistas, el inmortal Humphrey Bogart actúa en uno de sus papeles escaparate, Boggie junto a una Ingrid Bergman pocas veces tan angelical y hermosa. Inolvidable cinta, de sólida trama, y muy buen guión, sin duda una de las favoritas de todos los tiempos.

       


Es 1942, y tras los intensos enfrentamientos bélicos de la Segunda Guerra Mundial, Lisboa se ha convertido en un oasis de libertad que todo refugiado busca, y Casablanca, tierra del Marruecos francés, es el área de paso para alcanzar esa ansiada libertad. Movimiento, duro clima, asesinatos, choques automovilísticos, tensión y perenne espera forman el escenario en Casablanca, donde se encuentra el bar y casino Rick’s. El dueño del lugar es Rick Blaine (Bogart), duro sujeto que regenta todo ahí, y que recibe a Ugarte (Peter Lorre), de quien recibe cierto favor, Ugarte es un sujeto que trafica visas y otros documentos para salidas ilegales de los refugiados. Allí, el señor Ferrari (Sydney Greenstreet), también ligado a las visas, y el pianista Sam (Dooley Wilson), son algunos de los principales personajes asiduos. También está el capitán Louis Renault (Claude Rains), que le habla a Rick del mayor Heinrich Strasser (Conrad Veidt), constantemente buscando perseguidos de guerra, y que anda tras la pista de un tal Laszlo, un líder de la resistencia francesa; Renault le dice a Rick que Laszlo está en Marruecos, acompañado de una mujer y que ella no debe salir de allí. Poco después, Ugarte es arrestado, Rick conoce personalmente a Strasser, y aparece el perseguido Víctor Laszlo (Paul Henreid), acompañado de su esposa, Ilsa Lund (Bergman). Ella, al llegar, revive tortuosos recuerdos con Rick, que experimenta símil situación.




Mientras Sam toca una triste melodía, Rick, ya sin Ilsa, rememora un romance en París, antes que los nazis ocupen tierras galas, su efímero pero intenso idilio parecía terminar en matrimonio, pero la noche que iban a huir juntos, ella desapareció; Rick aún no la olvida. Víctor e Ilsa tratan de salir de Casablanca, Louis les informa que Ugarte, su contacto, ha sido liquidado. Rick, aún dolido, en vano intenta que Ilsa explique lo sucedido, mientras Ferrari afirma que puede hacer que Ilsa abandone Casablanca, pero ella sola, pues los nazis buscan a su marido; Rick es la última esperanza, los recibe en su bar. Laszlo, que sospecha ya de lo sucedido entre su mujer y Rick, le ofrece gran cantidad de dinero para que lo ayude a salir, pero Rick lo rechaza, no pretende ayudarlos a escapar juntos. Strasser intensifica su búsqueda, Laszlo, que estuvo en un campo de concentración durante el romance de su entonces ya esposa Ilsa y Rick, le pregunta a ella lo sucedido, y la mujer no puede ocultarlo, no solo aún recuerda lo sucedido, sino que aún ama intensamente a Rick. Ambos se reúnen y reverdecen su amor, planean irse juntos, dejar atrás el bar, la guerra y todo. Pero cuando pretenden hacerlo, la policía se inmiscuye, se dificulta todo, Rick entiende que debe dejar salir a Laszlo e Ilsa, ambos deben seguir su lucha de resistencia en Francia. Finalmente, con Louis arregla un salvoconducto ilegal, los esposos huyen, Rick se queda en Casablanca, conversando con el oficial Renault.





El filme es gigantesco, entre otra cosas, por la entrañable e inolvidable relación amorosa, el romance perfecto, y a la vez el romance imposible, por dos personalidades, sencillamente perfectas dentro del firmamento hollywoodense, Humphrey Bogart es lo que podríamos considerar el actor yanqui ideal por entonces, e Ingrid Bergman, tenía el fulgor y el encanto de su femineidad en su mayor expresión, en su juvenil momento; juntos conformaron, pues, una pareja de ensueño. Ahora bien, siendo francos, quizás (y no tan quizás, en realidad, casi con inobjetable certeza), la química que destila el estelar dúo en efecto no alcanza el nivel de delirio y derroche desbordante a la pantalla que en su momento transmitieron Boggie y su amada e inolvidable Lauren Bacall, ambos (Humphrey con la Bergman) carecen de esa química, lo cual es una falencia perfectamente normal, pues hablamos, en el segundo caso mencionado, de una de las grandes parejas de la historia del cine, sino la más entrañable, como sin mucho riesgo más de uno proclamaría. Empero, dejando de lado esa ineludible comparación, la pareja inunda con todo su glamour y toda su apasionante intensidad la pantalla. Empezando por la etérea Ingrid, la veremos en un momento de belleza plena, su rostro es perfecto, algo de infantil, mucha dulzura, sufrimiento escondido, fragilidad, pero también pasión, mucha pasión, sabemos que ella es quien tiene como tiene al duro Rick, a Boggie, y de cierta forma, es ella quien lleva la batuta emocional durante buena parte del filme, hasta que, naturalmente, también se quiebra ante la pasión, dejando frases para el recuerdo, como su “bésame como si fuera la última vez”, frases que reposan sobre ese otro gran pilar del filme, el guión.







Y claro, por supuesto, tenemos la oportunidad de ver una de las más mordaces caracterizaciones del inolvidable Boggie, exhibiendo por un momento un sarcasmo exquisito, lo que hace tan entrañable a su personaje, seriedad y gravedad durante todo el metraje, pero a la vez un agudo sentido irónico, que se conjuga con la mordacidad antes mencionada (otra de las grandes perlas del filme, al encarar a Ugarte: si tuviera tiempo de pensar en ti, tal vez te despreciaría), tenemos nuevamente, y cómo no, a Boggie en ese perfil de personaje que es definitivamente su santo y seña, el perfil de un individuo duro, rudo, tiene la sequedad y parquedad habitual en el personaje de Bogart, lacónico elemento, pero esta vez, hay algo más. Si bien no lo tendremos ya como sus inmortales y tan ceñidas a su perfil actuaciones como el mítico y recio detective Sam Spade, creación del literato yanqui Raymond Chandler; si bien ya no lo tendremos como el incontenible detective privado, aún tendremos al sujeto de singular determinación, veremos a un Boggie más impenetrable y hermético que nunca, inmerso en su trunco romance, esto lo va envolviendo en un aislamiento interior, añorando el idilio frustrado. Lógico, nunca veremos a un Boggie tan enamorado, tan sufrido, suspirando de esa forma por fémina que lo descorazonó mientras escucha la melodía que se volvería historia en el cine, la mítica As times goes by, nunca veremos otra vez a Boggie con una singular y salina secreción líquida surcando su mejilla, es una lágrima, pues Boggie llora por amor, es ver al más duro artista, con los ojos vidriosos, experimentando lo que todo hombre, lo que todo individuo puede experimentar, aquello que no respeta estatus, edad, raza, o experiencia, es el desengaño amoroso, que hace presa de Humphrey, y es algo soberbio.





Destinada originalmente a no ser mucho más que una de las producciones que por montones Hollywood producía, probablemente es la fuerza de los sentimientos, lo verdadero y humano del drama, una historia de desamor, lo que la termina encumbrándola a la inmortalidad cinematográfica. Pero este mero tópico se acaba enriqueciendo, y a la vez complicándose por el contexto, el tópico entonces actual y contemporáneo de la guerra, que enriquece enormemente la obra, y es que el filme necesariamente también estuvo destinado a ser propaganda anti nazi. Pero la grandeza del romance, la grandeza de sus estrellas (cómo olvidar que también aparece el gran Peter Lorre, aunque en efímera participación como el transador de visas), y el sólido guión, vuelven a la cinta una obra mítica, que rebasa sobradamente toda expectativa, por optimista que haya sido, sobre la acogida que tendría. Pero si hablamos de presencias distinguidas en el reparto, es irrecusable señalar al intérprete del mayor Heinrich Strasser, a la leyenda Conrad Veidt, el inolvidable Cesare de El gabinete del Dr. Caligari (1920), historia viva del expresionismo alemán, corriente mayor del cine, que tuvo en la citada cinta, además de El hombre que ríe (1928), algunos de sus mayores aportes al séptimo arte, un actor legendario e inmortal. Los encargados del guión fueron Julius J. Epstein, Philip G. Epstein y Howard Koch, autores todos de esos diálogos tan ingeniosos, tan agudos, tan inolvidables por pasajes, un guión sin fisuras que se vuelve factor determinante en el éxito de la obra pues le da mayor cohesión, mayor solidez al trabajo final. El filme trata temas magnos, amor y desamor, temas infalibles, y un tema también infalible para ese contexto, la guerra, que a todos atañía, y que se encontraba en pleno desarrollo, eran pues temas que terminaron por encandilar a crítica y público, la crítica se rendía ante la sólida historia, sus diálogos y sus estrellas, su magistral dominio actoral, mientras el público se derretía ante una pareja de ensueño, y el inolvidable siempre tendremos París; París se vuelve una vez más la tierra del amor, el paraíso idílico perdido, el símbolo del más perfecto amor, un amor tan perfecto que terminó por truncarse, pues París es la tierra donde ese amor soñado alguna vez existió, y ahora es irrecuperable. Destinada inicialmente apenas a no pasar inadvertida, Casablanca termina por erigirse como una obra seleccionada para erigirse siempre en lo más alto de los rankings, de los conteos de los filmes más memorables de la historia, especialmente recuentos estadounidenses por supuesto, y es que, hechas a un lado las subjetividades, estamos frente a un filme que sabe reunir muchos de los elementos que se aprecian en una película perdurable, muchos de los aspectos que hacen a un filme brillante, que rebosan en la presente cinta, una cinta para la posteridad.







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