domingo, 5 de agosto de 2012

Enviado especial (1940) - Alfred Hitchcock


Segundo trabajo realizado por el descomunal director británico Alfred Hitchcock, el maestro del suspense materializa así su segundo filme en suelo yanqui, exactamente el mismo año de su arrollador debut en esas tierras, su famosa y soberbia Rebecca (1940). El gran Hitch no tomaba descanso, realizaba un nuevo trabajo, en también su nuevo entorno, y si bien no alcanzó el mismo renombre y reconocimiento que la citada cinta del mismo año, sigue en línea positiva y consecuente con sus directrices conocidas para el cinéfilo instruido y conocedor de su arte, de su personal y singular versión del suspenso. En este trabajo cien por ciento Hitchcock, el británico nos introduce en el universo de un individuo que trabaja en el sector de comunicaciones, reportero en un influyente diario yanqui neoyorkino, son las vísperas de la Segunda Guerra Mundial con toda la expectativa que esto genera, y este personaje es nombrado como corresponsal europeo, en el que tendrá por principal objetivo, estando en Holanda, averiguar lo que tiene de cierto una voceada alianza entre dos países del viejo continente, todo a cargo de un experimentado diplomático. Pero el anciano diplomático se verá inmerso en intrigante complot que involucra una muerte falsa, situación que tendrá al reportero en una carrera por la verdad, y por su vida misma. Un filme que destila el estilo de Hitch por cada poro, encarnado con solvencia por actores de discreta fama, Joel McCrea como el reportero y Laraine Day como su compañera y ayudante, con el gran George Sanders y Herbert Marshall como actores de reparto de lujo.

       



El señor Powers (Harry Davenport) se encuentra en sus oficina neoyorkina, el diario en el que manda, gritoneando a sus incompetentes reporteros, y entonces llama a John Jones (McCrea), le ofrece un gran trabajo en Europa, puesto de corresponsal, iría acompañado de Stephen Fisher (Marshall), y parte, inclusive con un falso nombre ideado. Ya en suelo europeo, Holanda, conoce a Stebbins (Robert Benchley), individuo del diario, y rápidamente conoce, de vista, al eminente diplomático Van Meer (Albert Bassermann), con el que va en grupo a una reunión, donde está la esposa de Fisher, Carol (Day), y donde la situación actual y crisis en Europa son temas de conversación. Intentando acercarse a Carol, inicialmente es rechazado por la esposa del ilustre Fisher, pero ambos están mutuamente pendientes. Fisher parte a Londres, mientras Jones se queda en Ámsterdam, donde hay revuelo, y en un acto, presente Van Meer, el anciano diplomático es asesinado, persigue al asesino, no hallándolo, pero si conociendo a Ffolliott (Sanders), en compañía de Carol. Los tres, en auto, llegan hasta un campo de molinos, donde advierten que uno de éstos hace señales a una avioneta, que aterriza. Allí, aparece Van Merr, el verdadero político, el asesinado fue un impostor, y Jones escapa evadiendo a quienes lo conducen.





Tras escapar, intenta informar a la policía de lo que ha sucedido, van al molino con oficiales, pero es tarde, todos han escapado, y Jones se decide a investigar lo sucedido. Los matones, vestidos de policías, buscan a Jones en su hotel, el reportero los evade, se refugia con Carol, con quien se van acercando, enamorándose, pero viajan a Londres, con el señor Fisher. Allí, reconoce Jones al señor Krug (Eduardo Ciannelli), presente en el falso asesinato a Van Meer, y también en el molino, este personaje engatusa a Fisher, que resulta ser parte del complot. Fisher, traicioneramente, designa un guardaespaldas a Jones, es el señor Rowley (Edmund Gwenn), que en realidad busca eliminarlo, como intenta hacer en la Catedral, empujándolo. El eliminado termina siendo Rowley, Jones se entrevista otra vez con Ffolliot, astuto sujeto que vislumbra la inminente guerra, busca deshacerse de Fisher, a través de su esposa. Todo se complica cuando Carol es secuestrada, siendo Ffolliot implicado, mientras siguen buscando a Van Meer. Por su parte, Fisher es ubicado, y Jones es conducido a una reunión en la que todos están presentes, Fisher mismo, que tiene a Van Meer, poco lúcido, Carol, y Ffolliot. Obligan a Jones a hablar lo que sabe, la guerra es inminente, como las alianzas entre países. Fisher se entregará, traidor, todos viajan en avión, que es atacado, caen al mar, salvados por un buque yanqui. Fisher fenece, tras algunas trabas, Jones publica su reportaje, y la guerra explota ya.






En este, el segundo trabajo del prodigioso Hitchcock en tierras yanquis, ejercicio plagado de un poderoso ambiente de film noir, cine negro, varía ligeramente su generalmente rígida estructuración narrativa y expositiva del filme, demorándose en esta oportunidad un poco más de lo usual el cineasta para someternos y exponernos el meollo de la cinta, la encrucijada principal, no es instantánea esta revelación, como en muchas otras ocasiones, ahora hay un cierto preludio. Pero no varía otra de las columnas vertebrales de su cine, el clásico individuo promedio, de la puerta de al lado, el average Joe, que se ve inmerso en inverosímil situación, predicamento que rebasa sus capacidades de mero sujeto, lidia con fuerzas superiores a las suyas, arriesgando su propia vida. Así, tenemos pues todos los componentes de un trabajo con los santos y señas del maestro inglés, intrigas internacionales, complots, correrías, asesinatos, unos ciertos, otros falsos, y mucho suspenso, como se dijo, es un filme cien por ciento Hitchcock. Particularmente siéntese un ejercicio de cine negro, con toda la fuerza y contundencia usual, enaltecido además por memorables secuencias, cinta que descolla con toda la fuerza y contundencia acostumbradas en esta luminaria cinematográfica británica, Hitch, una cinta que no pocas veces es llamada “menor” por insulsos bolonios, insolentes gaznápiros, que no reparan en que esta excelente cinta tiene difícil poder resaltar a plenitud estando rodeada por innumerables obras maestras por Hitch realizadas, hablamos pues de un director mayúsculo, lo cual puede opacar un poco este muy correcto y seductor filme, que personalmente me inclino a colocar entre sus mejores trabajos.





Enaltécese el filme por sus célebres y poderosas secuencias, destacando, primero, la famosa secuencia de la muerte del falso Van Meer, en la que, tras disparársele inmisericordemente al anciano, persigue Jones al asesino en medio de un mar de gente, y un mar de paraguas, materializándose la famosa secuencia de las sombrillas, mar de paraguas, breve pero potente secuencia, uno de los clásicos segmentos de Hitch, de gran impacto visual. Otra secuencia, magistral y de antonomasia en el cine hitchcockiano, es la de los molinos, secuencia elegante y literalmente magna, los inmensas estructuras aspadas que sirven de señal para los conspiradores, destilan un ambiente de tranquilidad, pero de espeluznante tranquilidad, una naturalidad, una naturaleza y sosiego abrumadores, pero que se advierten como preludio a algo turbio. Ciertamente es una gran secuencia, todo sucede en el interior de uno de los molinos, oscuro claustro donde la incógnita va tomando más forma, la tensión se multiplica en esa lóbrega atmósfera, donde Hitchcock hace gala de un excelente dominio de contrastes lumínicos, de luces y sombras, una secuencia de lo mejor, Hitch da muestra de su maestría para generar cine de primer nivel, con los imponentes molinos como parsimoniosos gigantes, símbolo de magno poder y sosiego, pero también, aquí, de siniestros complots. Genera el brillante británico a su vez hermosas imágenes tipo postal, elocuentes imágenes de las inmediaciones que recurrentemente ilustrará el maestro cineasta, dotando siempre a su filme de toda la fuerza de esas imágenes, no dejando nunca de hacer gala de su conocido buen manejo del trabajo de cámara.








Esta característica es común al cine de Hitchcock, pero particularmente en el presente filme, las imágenes son todo, portadoras de la tensión, la premura, esto se observa en la secuencia del intento de asesinato en la catedral, donde la premura, angustia y mencionada tensión impregnan la atmósfera, es remarcable el trabajo del suspense que genera el cineasta. Buena razón de la fuerza y éxito del filme es, claro, su correcto reparto actoral, correctos McCrea y Day como protagonista y femenina acompañante, pero quien es especialmente cumplidor es el excelente George Sanders, actor de reparto de lujo, resaltando con toda su solvencia y elegancia, notable y memorable actor, además de Marshall, que también pone su cuota con su sólida caracterización. Menciono otra notable secuencia, cuando todos están reunidos ya, cuando se destapa la conspiración, y, sin palabras, se genera el ambiente de suspenso e incertidumbre, perenne angustia e intriga, con sus presencias casi hieráticas, en una suerte de bizarra inquisición, plagada de fatalidad. Para cerrar, el segmento final, otra notable secuencia donde se materializa lo más noir, la pelea, la mayor premura, y claro, el gran trabajo retratando la pequeña odisea en el mar, otra muestra del cine de alto nivel que materializa el dómine británico. En el final desliza un poderoso mensaje propagandístico, perfectamente entendible por aquel año, 1940, con la guerra estallando, la paranoia imperando, cerrando la obra con los bombardeos a Londres teniendo lugar, arengando a los yanquis a la batalla, abraza pues el realizador su nuevo entorno laboral. Estamos ante un notable trabajo de Hitch, quizás opacado por Rebecca, cosa perfectamente entendible, pero jamás una obra menor, muy a tener en cuenta, y muy recomendable para quienes sepan de verdad apreciar a este gran titán cinematográfico.



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