lunes, 11 de junio de 2012

La legión invencible (1949) – John Ford


El descomunal director norteamericano John Ford, uno de los grandes emblemas del cine de su país, santo y seña del western, dirige este filme, que sería parte fundamental dentro de su filmografía, que es especial integrante de su orgullosa trilogía, la trilogía de la caballería, la misma que conforma junto con la anterior Fort Apache (1948) y la posterior Río Grande (1950). Es, pues, cine santo y seña yanqui, el cine por antonomasia del orgullo norteamericano, el western, blandido por el director que lo representa como nadie, John Ford dirigiendo a quien asimismo encarna el Oeste como él solo, como nadie más puede, el mítico John Wayne, dupla explosiva, tándem de ensueño. Es la historia de un envejecido y viudo capitán de la caballería norteamericana que, a puertas ya de su retiro tras una gloriosa carrera, se ve inmerso en una nueva y desafiante aventura, cuando una masa, conformada por indios de diversos orígenes, se amalgame, y reciba el capitán la misión de expulsarlos de territorio estadounidense, y se desate intenso combate en el oeste yanqui, mientras a su vez cumple la misión de transportar a la mujer de quien le encomendó el trabajo. La cinta tiene toda la solidez que puede imprimirle el dómine del género, Ford, la fuerza y presencia de Wayne, y además está enriquecida con un notable trabajo de fotografía, a cago de Winton C. Hoch, toda una memorable cinta.

        



Tras una imágenes de la caballería yanqui en el Oeste, se manifiesta que hay tensión y problemas con indios lugareños, grandes grupos de ellos, de diversas tribus, comanches, apaches, cheyennes, entre otros, cosa que alerta a la población. En un camino, se halla una diligencia agraviada, una mujer, Olivia Dandridge (Joanne Dru), discute con un soldado, y se alerta ya a la caballería. Aparece entonces el capitán Nathan Cutting Brittles (Wayne), envejecido oficial, que se despide de su difunta mujer en el cementerio, es el elegido de llevar la batuta en la misión de revisar la situación, transportará a su vez a la mujer de su superior, que le encomendó la misión. Esta es Olivia, que lleva un lazo amarillo y que conoce a Brittles y a sus compañeros, entre los que se encuentra el teniente Flint Cohill (John Agar), que discrepa a menudo con Olivia, mientras grupos de indios también se movilizan. Avanza el destacamento de caballería, en medio de búfalos, entre territorios en los que ya hubo enfrentamientos contra indios, a los que avistan, y con quienes se produce ya un nuevo enfrentamiento. Cohill es acorralado y perseguido, se libra del peligro, mientras Brittles es herido en combate, pero el recio capitán se recupera.




En estas circunstancias, los indios atacan y agravian un rancho y una diligencia, la misión es pues un fracaso. Se entierran a los esposos muertos en el ataque indio, y, por otro lado, los tenientes Ross Penell (Harry Carey Jr.) y Cohill se pelean por Olivia. Posteriormente, los indios atacan otro establecimiento, obtienen armas, los oficiales de caballería prosiguen su rumbo, se dividen en dos grupos para atacarlos mejor, y cruzan un río para alcanzar su cometido. Los superiores de Brittles, mientras tanto, tras enterarse del fracaso de la misión, quieren retirarlo de una vez, y así, tras cuarenta años, recibe sus últimas órdenes, deja el mando el viejo capitán. Se siguen produciendo severos enfrentamientos, detienen a un individuo, hay peleas y golpes, los indios siguen agrupándose peligrosamente, muchas y diversas tribus se juntan, pretenden atacar a los blancos, pero Brittles, ya sin obligación, hábilmente consigue reunirse con ellos y negociar, en son de paz, logra apaciguarlos, Olivia también ha sobrevivido. El jefe indio, viejo patriarca de la comunidad, también desea paz, sin embargo, los bandos de ambos grupos se siguen movilizando, pero todo ha terminado ya. Brittles se retira, y recibe un nombramiento por su final éxito, es homenajeado. Vuelve al cementerio, a ver a su esposa.




Segunda parte de la tan orgullosa trilogía de la caballería del titán John Wayne, cinta que como ninguna expone y muestra con singular e inigualable orgullo a los oficiales del ejército de esos días en el Oeste yanqui, la caballería, los militares que defendían el territorio entonces. Es así que veremos a las largas hileras de oficiales montados en los fieles equinos, marchando disciplinadamente, con los estandartes izados, ellos son el meollo del asunto, el grupo humano militar, el símbolo del poder bélico yanqui de esa época es mostrado, enaltecido y magnificado con la imponente música de Richard Hageman. Estas secuencias son imponentes, imperiales, impactantes. Wayne expone henchido de orgullo, hinchando el pecho, las figuras patriotas norteamericanas, enriquecidas a su vez con imágenes de cielos, nubes, y los grandes, infaltables y seductores espacios abiertos de todo western decente, es un sentido homenaje, como seguramente nunca nadie más realizó, a esa fuerza militar; se traduce, naturalmente, un orgulloso sentido nacionalista en el filme. A ese respecto, uno de los innegables y poderosos alicientes del filme, es la correctamente oscarizada labor en la fotografía de la cinta, a cargo del galardonado con la estatuilla, Winton C. Hoch, que deslumbra haciendo gala de su dominio expositivo, y así disfrutamos de unas poderosas imágenes, inusuales para un western ordinario.






Se construyen pues de esta forma imponentes fotografías, mesetas, las extensas llanuras, el vasto cielo, los grandes grupos de salvajes búfalos, las magníficas panorámicas. Son ricas secuencias que fortalecen al filme como pocas veces un western se vio favorecido, riquísimas las imágenes, expresivas, poéticas, de lo mejor de la película, plasmando excelentemente el Oeste yanqui, justamente galardonado ese trabajo con el entonces decente Oscar. Se lleva a cabo un pleno aprovechamiento de todo el paisaje, haciendo gala de un dominio del cromatismo que alcanza un lirismo visual, una fuerza poética exquisita, que no deja de elevar a este western fordiano a un nivel superior al promedio, que decididamente eleva los bonos del filme. Tan ambiciosa como sorprendente es esta apuesta de la extinta RKO, que se hiciera conocida e inmortal mayormente por sus imperecederos ejercicios de film noir, que expone a su vez las orgullosas imágenes de las hileras de caballería desfilando, propaganda nacionalista, camaradería y patriotismo, a su vez que presenta una imagen de los indios relativamente decente, comparada con otros lamentables ejercicios, inclusive con cierta elegancia y distinción, con los elegantes e imponentes penachos, y sus ataques letales, además de sostener negociaciones civilizadas sobre acuerdos de paz; es pues una imagen, al menos, más limpia y decente a la típica figura de salvajes siendo liquidados a escopetazos de maneras exageradas, donde mágicamente los blancos salen ilesos del combate. Respecto a las actuaciones, tenemos pues a un John Wayne que es la humana encarnación de todo lo que representa el western, el Oeste, fuerza, valor, aplomo, rapidez con el arma, es el héroe cowboy por excelencia, es seria su actuación, enalteciendo, como de costumbre, todo filme en el que se involucre. Acompañándolo, Joanne Dru, como la mujer que es en parte causante de todo, la insólita outsider femenina dentro del sanguinario enfrentamiento de indios contra blancos. Cinta enaltecida por la música, y, sobre todo, la mencionada y memorable fotografía, todo orquestado y entramado por el dómine del western John Ford, actuado por John Wayne, son pues colaboraciones de oro, que construyen una joyita del género, un western para enmarcar.







No hay comentarios:

Publicar un comentario

Posicionamiento Web Perú