miércoles, 27 de junio de 2012

Estambul (1943) - Norman Foster, Orson Welles


Apreciable ejercicio de cine negro, breve y conciso, cuya dirección, si bien se le atribuye a Norman Foster, ciertamente cuenta con la decisiva colaboración también de uno de los más ilustres gigantes de la dirección de la historia del cine, el titánico Orson Welles. Es un filme que retrata perfectamente lo que toda la nación yanqui, al igual que el mundo entero, atravesaba por esos días, la terrible angustia y desesperación de haber estallado el mayor conflicto bélico que la humanidad haya experimentado jamás, la segunda guerra mundial. Es Orson Welles quien plasma la incertidumbre y terror que esto genera, el horror de una nación completa, protagonista indiscutible del conflicto, y el genial director no podía quedarse indiferente ante tan magno suceso. Retrata pues Welles la historia de un individuo, un yanqui, prestigiado ingeniero de la Marina norteamericana, que al abordar un tren para volver a Estados Unidos luego de una conferencia, se ve hostigado y perseguido implacablemente por agentes nazis, agentes de la Gestapo que intentarán eliminarlo por la importante información de la que es conocedor, pero contará, para sobrevivir, con el apoyo de otros agentes, miembros de los aliados, entre ellos un importante oficial soviético, que será pieza clave en su final supervivencia al difícil trance internacional. Breve y digerible filme, que cuenta con los principales elementos del cine que representa, el cine negro, con toda la sobriedad y experiencia que un grande como Welles puede a un filme imprimir.

      


Un personaje obeso se prepara, se acicala y parte. Poco después, oímos la voz del protagonista en off, le escribe una misiva a su mujer, en la que le detalla que todo lo a ellos acontecido se inició el día que llegaron a Estambul. Se trata de Howard Graham (Joseph Cotten), un ingeniero yanqui que, estando en Estambul, conoce a Kopeikin (Everett Sloane), un elemento turco de la organización donde trabaja, un pelmazo del que quiere inicialmente zafarse, pero con quien termina yendo a un night club, donde conoce a la sensual Josette Martel (Dolores del Rio). Asisten después a una atracción, un número circense en que por milagro, el mago es asesinado, pero el verdadero objetivo a eliminar era Graham. Sabedor de esto, un agente soviético, el coronel Haki (Welles), lo aborda y explica lo valioso que es por la información de la que es sabedor, y, esperando evadir a los nazis, lo envía a Batumi por el Mar Negro. Sin decirle una palabra a su mujer Stephanie (Ruth Warrick), se embarca entonces en el viaje, en el que se va conociendo y acercando cada vez más con Josette, pero siempre sintiendo cierto remordimiento por su esposa. En ese viaje, conocen al tabaquero turco Kuvetli (Edgar Barrier), un personaje a quien Howard quiere acercarse, pero de quien la suspicaz Josette se aleja rápidamente.




Graham va conociendo más a la variopinta colección de viajeros en el barco, siente que sus pasos son de cerca seguidos, e identifica al supuesto individuo encargado de matarlo, el obeso inicial, conocido como Peter Banat (Jack Moss), y evita el perseguido estar en situaciones donde haya demasiada gente. En vano intenta Howard bajar del barco, sospecha directamente ya de Banat, piensa que ha sustraído su arma, y, ayudado por Josette, que crea una distracción, entra al camarote del sicario a buscar la pistola. No encontrando nada significativo, la preocupación y paranoia de Howard crecen, se entrevista con Kuvetli, que le aconseja que salga de ese lugar cuanto antes, y para ello le prestará ayuda, mientras el barco se va ya acercando a Batumi. Se produce un enfrentamiento, tras el cual, Banat, en coalición con otro personaje, raptan a Graham, finalmente bajan todos del barco, lo transportan en automóvil a otra locación, pero con ingenio y determinación escapa del vehículo, y va a ver a Stephanie. Para sorpresa de Graham, hasta allí lo siguen Banat y su secuaz, lo persiguen a través de los ventanales exteriores del edificio, y finalmente el ingeniero naval termina por imponerse en la persecución, y recibe la final felicitación de Haki.




Efectivo y breve ejercicio, en el que la mano de Orson Welles se vuelve elemento aliciente aportando actoralmente y también en el ámbito de la dirección, resaltando el filme su sola participación. Cierto grado de atención e interés genera la cinta, con la frenética historia del ingeniero yanqui perseguido por miembros de la Gestapo, con la muerte en sus talones, pues por todos lados es perseguido, encontrándose con nazis, turcos, y una colección de individuos que ponen en creciente amenaza su existencia. La intervención de Welles en el filme es sensible, notable y enaltecedora, pues se ciñe la cinta a las aristas principales del film noir, y sin ser este un género en el que Welles se volviera asiduo, se ven ya, de embrionaria forma, algunos de los nortes que se plasmarían con tanta fuerza y efectividad en magnas obras de la talla de El extraño (1946), La dama de Shanghai (1947), o la propia Macbeth (1948). Así, veremos la oscuridad característica de todo filme de cine negro que se respete, la lobreguez en que se desenvuelven los personajes, sumidos en muchas oportunidades en las sombras, reforzando ese lúgubre tratamiento el suspenso del filme, aunque no sea ciertamente abundante ese recurso. El filme, breve pero conciso, no alcanza la maestría de otras obras mayores del film noir, ni se les acerca, pero termina siendo un decente ejercicio, apreciable, en el que destacan nítidamente los actores, enalteciendo el filme con su valiosa cuota, empezando por el distinguido y siempre eficiente y correcto Joseph Cotten, clásico actor que al lado de los mejores actores y directores trabajaba, pasando por el por entonces aún bisoño Orson Welles, ya todo un cineasta profesional y multifacético, actuando y dirigiendo, la bella Dolores del Rio, y otra clásica dentro del universo de Welles, la recordada Agnes Moorehead, todos demostrando su vigencia y valía como intérpretes. Cinta sólida, breve y concisa, apreciable ejercicio de cine negro de la RKO, la extinta máquina de generar memorables e imperecederos filmes.




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