domingo, 27 de mayo de 2012

Frenesí (1972) - Alfred Hitchcock


Alfred Hitchcock, uno de los cineastas más completos y brillantes que se haya visto jamás, realiza con esta cinta lo que se podría considerar su despedida, si bien fue en realidad su penúltimo titulo, es este un maravilloso compendio de todo el magnífico arte que el titánico británico supo realizar a lo largo de tantas décadas materializando obras maestras. Es Hitchcock en toda su madurez, es el Hitchcock más moderno, y es una de sus cintas visualmente más logradas, es una excelente muestra de la madurez que tenía un ya septuagenario Hitch, que nos presenta de remarcable forma la historia, cómo no, de un asesinato, un asesinato que ha sido realizado y tiene intrigadas tanto a la policía como a la población londinense. Un asesino serial, que tiene la costumbre de dejar a sus femeninas víctimas con el detalle de una corbata atada a sus cuellos, está perpetrando los crímenes. El sospechoso será el esposo de una de las últimas victimas, que tendrá que batallar por desenmascarar al verdadero asesino, en una carrera que tendrá impensadas consecuencias. Esa es toda la historia, no hay más, una trama más bien sencilla, pero en las manos de Hitchcock, se convierte en un relato devastador, visualmente muy completo, y con técnicas que nos muestran a un clásico director completamente adaptado a la modernidad, es el Hitchcock más evolucionado, y  eso es ya más que suficiente decir.

        


En las calles de Londres, un mitin se está realizando, un político está pregonando sus proyectos, asegura haber limpiado la ciudad, acabado con los asesinatos, pero no termina de decir esto, cuando un cadáver femenino aparece flotando en el río, tiene una corbata atada al cuello. Después, vemos a Richard Ian Blaney (Jon Finch), un sujeto promedio, labora en una licorería, la misma de la que es despedido por irresponsable, y donde tiene cierta relación con una mujer que ahí labora. Ya sin empleo, recibe ayuda de un amigo suyo, Robert Husk (Barry Foster), mientras la policía comienza su investigación, con el inspector Oxford (Alec McCowen) a la cabeza, sin demasiado éxito. Sin dinero, Blaney va a ver a su ex esposa, Brenda (Barbara Leigh-Hunt), a su oficina, una agencia matrimonial; discuten, van a cenar, ella le da dinero sin que él lo note, va a pasar la noche a un cuartucho público. Poco después, a la agencia matrimonial llega Husk, con otro nombre, no obtiene suerte para conseguir mujeres, siempre rechazado, termina hostigando a Brenda, la fuerza, y termina estrangulándola. Pero al salir el sujeto, la secretaria lo ve, al encontrar ella al nuevo cadáver, naturalmente se convierte en testigo. Presta su declaración a la policía, y Blaney, tras su discusión con la finada, es el principal sospechoso.




El sospechoso se reúne con su amiga Barbara, de la licorería, van a un hotel, cuyo administrador los reconoce y llama a la policía. Logran escapar ambos del cuarto, ella, aunque está suspicaz de Blaney, lo escucha y termina creyendo su inocencia. Van después con un matrimonio, pareja de amigos de Blaney, que lo acogen, y lo ayudan, lo alojan clandestinamente. Paralelamente, el antiguo empleador de Richard, interesado en Barbara, celoso, delata a Blaney. Oxford continúa con su investigación, y entonces, Husk, también conocido para Barbara, le ofrece su casa para pasar unos días. Al llevarla ahí, la elimina también. Se deshace el asesino del cadáver tirándolo en un camión de papas, pero debe volver cuando recuerda que un alfiler identificativo suyo está en el cuerpo. Luego, un falso amigo Husk ofrece su casa a Blaney para que se oculte, pero en realidad lo delata y entrega a la policía. Blaney es juzgado y condenado a más de 25 años de prisión, mientras Oxford interroga a la secretaria, averigua que Husk es un sadomasoquista. Blaney se las ingenia para escapar de prisión, va con su falso amigo, encontrándolo justo con una nueva víctima. Es entonces que llega también Oxford, todo ha sido descubierto.





El gran maestro del suspenso nos entrega un filme en el que vuelve a su querido Londres, y en el que la ciudad queda retratada de estupenda forma, desde el inicio con una presentación imperial, con una música imponente y majestuosa, mientras nos obsequia un travelling a modo de demostración de la grandeza de la ciudad -y de la suya propiamente-, de sus estructuras, de sus aguas, es una introducción que el director hace con orgullo de la tierra que lo vio nacer. Esa música sabrá volver para escenas en las que la ciudad es el principal elemento de la imagen, siempre ensalzando y engrandeciendo el escenario. En la cinta, Hitchcock hace gala del más negro humor suyo que se conozca, y desde el comienzo, vemos la irónica situación del político afirmando que ha limpiado la ciudad, que el terror de los asesinatos ha terminado, pero ni siquiera termina su frase cuando un nuevo cadáver se asoma por las aguas, con la corbata al cuello, y a continuación, el político pregunta, "¿no será una de las corbatas de mi club, no?"; negrísimo humor, ironías, el maestro nunca deja de lado esa faceta suya, impregnar sus más intrigantes y sórdidos ejercicios de suspenso, con las dosis precisas de hilaridad y negro sarcasmo, y un maduro Hitch deja más patente que nunca esto. Por supuesto, ello se plasma, entre otros momentos, también en los detalles de la esposa del investigador, con su curso de cocina sofisticada, preparando unos platos impresentables, aberrantes potajes que el policía degusta heroicamente, mientras hace un resumen de sus investigaciones, es una escena de doble contenido, el humor y la sátira del director, mientras nos informa a nosotros también de las investigaciones policiales, tan infructíferas como de costumbre; es la madurez le director, que juega un poco con su espectador, que lo divierte, que lo desafía.





Otro aspecto que me parece imposible dejar de resaltar es la tremenda limpieza de las imágenes de Hitchcock, una característica que ciertamente no fue un santo y seña en él, en esta su penúltima cinta, nos da muestra de su dominio en el área, sus imágenes son dotadas de una perfección, de un formalismo notable, desde el encuadre, hasta la composición de las mismas, hasta la armonía que se desprende de su fina construcción de los ambientes londinenses, de las vestimentas, del colorido mercado de frutas en Londra, el elaborado y atractivo cromatismo que desprende, la estética final, es una delicia, todo ha sido cuidado con una obsesión y un detallismo propios de un genio. A esto sumamos un excelente trabajo de cámara además, inteligente combinación de planos, ágil cámara en manos de Hitch, es una narración visual soberbia para las escenas clímax del filme, lógicamente las de los asesinatos, las más intensas, que alcanzan esa intensidad gracias a la excelencia de narración visual del británico. Los encuadres mencionados mucho ayudan en esto, vemos combinaciones de primeros planos de manos, de rostros, del cuello de la victima de turno con la corbata, de su expresión facial, una sucesión de primeros planos retratando las imágenes más elocuentes, las imágenes corazón de la acción, y con su eficiencia, estas imágenes podrían contar solas ese segmento del filme, contarlo sin palabras, como solo los grandes pueden hacerlo, esto es cine. Es la secuencia del primer asesinato, de la esposa de Blaney, frenética, la más abyecta acción, pero es mostrada con una desnudez, es mostrada de forma tan cruda, pura y dura, que deja anonadado al espectador, es la secuencia más sórdida y bizarra de Hitchcock, es su secuencia más mórbida, y es mostrada con un desenfreno, con un detallismo abrumador, las imágenes cobran más fuerza que nunca, y el resultado de las mismas encadenadas, es un delirio, sumamente detallada y extensa secuencia de la carnicería, documenta el aberrante acto, maximizado todo tanto por el trabajo de cámara como por el dominio cromático, es una secuencia maestra, sin palabras, acciones animalescas, uno de los corazones, uno de los nudos narrativos del filme, es el cine en manos de un dómine.






Y en el otro extremo, la secuencia del otro asesinato, que si bien tiene el mismo objetivo que la anterior, es realizada con una naturaleza exactamente opuesta,  con un resultado igual de contundente, pero ciertamente con otro tratamiento, bien y claramente diferenciado. En vez de mostrarnos las despreciables acciones, ahora, en su lugar, la cámara nos hace situarnos en privilegiado lugar, observamos al asesino y su víctima subir las escaleras, mientras nosotros, con la cámara, subimos detrás de ellos, la cámara sube, parece dubitativa, se queda a mitad, escuchamos a Husk decir las palabras fatales, “tú eres mi tipo de chica”, y entonces, tras cerrar éste la puerta, la cámara procede a realizar un lento viaje de regreso abajo, ese travelling invertido es magistral, pausado, con Hitchcock, la cámara ha cobrado vida. Sí, vive, sube, baja, se detiene, parece dudar, está como nosotros, descubriendo algo, pocas veces una cámara supo transmitir tanto, como si nos diera tiempo para pensar, para entender lo que está pasando, porque en esos precisos momentos, en ese descenso, nosotros sabemos perfectamente lo que está sucediendo. Ese travelling tiene su final cuando al fin la lente sale de la casa, vuelve a la calle, y los sonidos y ruidos mundanos y callejeros nos devuelven a la realidad, mientras sabemos que una nueva fechoría se ha consumado; es un travelling bizarro, solo un maestro, como Hitch, puede generar una secuencia que transmita, que informe, que exprese tanto, y sin pronunciar una mínima palabra. Como se acotó, la secuencia tiene el mismo objetivo que la anteriormente detallada, es el mismo fondo, pero la forma varía sustancialmente, todo lo que se nos mostró antes, ahora es ocultado, pues es tácito, ambas son secuencias maestras, ambas muestran a un maestro Hitchcock que ha asimilado ciertas modernidades del cine, las ha acoplado a su estilo, es ciertamente el Hitchcock más evolucionado, el más moderno, es algo imperdible.






Intrigas, asesinatos, misterios, incertidumbre y mucho, mucho suspenso, esta historia, adaptación de la obra de Arthur La Bern, “Goodbye Piccadilly, Farewell Leicester Square", debía ser narrada por el británico, tenía sus componentes básicos y característicos, era un trabajo para él idóneo, es como si no hubiese admitido otro realizador. Como siempre, la policía tendrá que investigar, y como suele suceder, su ineptitud queda en flagrante evidencia, y sin embargo, he aquí otro elemento que hace al ojo conocedor detectar un cambio en Hitch, una adaptación a la modernidad, he aquí que el asesinato y la intriga principal nos son mostradas de inicio, ya no como, sin ir más lejos, en la mítica Psicosis (1960) o Intriga Internacional (1959), donde el misterio principal nos es desvelado recién al final, donde se nos hace trabajar; no. Ahora el crimen es expuesto desde el comienzo, estamos enterados del culpable y de la verdad desde el comienzo, decididamente Hitch se adaptó a cierto cambio en el cine, su estilo se ha modernizado, ¿acaso notar en esto una demasiado cercana similitud con el tipo de cine de su gran admirador y discípulo, el brillante francés Claude Chabrol?, pues lo ahora descrito responde a una de las más características directrices del aplicado pupilo francés, ciertamente no la considero una hipótesis descabellada. En ese sentido, perderá toda incertidumbre el hecho de que el sospechoso sea un pelele, es casi imposible que sea el asesino, ya nos consta eso desde el comienzo, y el verdadero asesino también es impensado, pero ya todo ha quedado al descubierto, ya todo ha sido expuesto, asistimos a un nuevo estilo en Hitch. El suspenso está diseminado a lo largo de toda la cinta, al igual que la tensión, como la secuencia del camión de papas, y a esto colabora mucho la música de Ron Goodwin, y vale mencionar acá la conocida economía para la narración del director, en el que evita mostrar detalles no indispensables, solo nos muestra lo que verdaderamente es decisivo, y así es que llegamos al final, ejemplo claro de esa economía, cuando ya ha sido descubierto por todos el enigma, no hay nada más que decir, la historia ha llegado a su fin, y de paso el director rompe también con sus característicos finales de sus obras clásicas. Los aportes actorales son también notables, desde un algo insípido Jon Finch, pasando por Barry Foster, Billie Whitelaw, saben estar a la altura del director, sin nunca desentonar. Soberbios travellings, una cámara estupenda, planos cenitales, dominio estético genial, estamos ante un Hitchcock moderno, que probablemente sabía que hacía con esta su película despedida, y se despide por todo lo alto, no necesariamente el último filme de un cineasta representa su adiós, pues el cineasta realizaría todavía una cinta más. Uno de los mejores filmes que haya visto de Hitchcock, un cineasta mayúsculo, es imperdible para quien sepa apreciar grandeza.





Septuagenario inigualable.

El maestro realiza singular imagen para el trailer. Es un dios.

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