lunes, 19 de marzo de 2012

Narciso Negro (1947) - Michael Powell, Emeric Pressburger

El británico Michael Powell y el húngaro Emeric Pressburger, directores que conjuntamente trabajaran y entregaran ejercicios atractivos de cine, en esta ocasión presentan este provocador y atractivo drama con algunos tintes de thriller. Es la historia de un grupo de monjas, unas religiosas que se movilizan hasta la alejada área de Calcuta, donde reciben la misión de civilizar un poco la zona, construyendo un colegio y un hospital, misión que a priori no parece nada del otro mundo, pero esta es la mera impresión somera, pues avivará intensa confusión, convirtiéndose en una titánica lucha de las monjas, una fuerte disyuntiva entre respetar sus votos religiosos, o escuchar y seguir sus instintos carnales, humanos, de mujer, instintos que ese extraño y exótico lugar parece despertar e intensificar. Con la poderosa expresión visual que caracteriza a los directores, y con en gran abanico de oportunidades que a ese respecto ofrece la locación mencionada, se configura una cinta muy interesante, bastante atractiva, que va incrementando la carga dramática y tensión hasta terminar en un poderoso y arrebatador clímax. Impecablemente protagonizada por la bella Deborah Kerr, como la religiosa principal, y la más joven, por David Farrar, como uno de los pocos hombres del lugar, y la no menos hermosa y muy perturbadoramente provocadora Kathleen Byron, como el personaje más sorpresivo y seductor, y con un buen trabajo en la puesta en escena, la cinta es un muy buen ejemplo del correcto cine que hacían los directores colaboradores.

          


La acción nos sitúa en Calcuta, a donde son enviadas un grupo de monjas, las Sirvientas de María, y donde en una alejada locación, la Hermana Clodagh (Kerr) será la encargada de dirigir la expedición con el objetivo de construir un colegio y un hospital. Es la más joven en haber recibido tal responsabilidad, y allí, el ambiente está plagado de tiña, aislamiento, además hay en el lugar un viejo, respetado individuo, considerado sabio, que permanece inmóvil observando desde una alta cima, y el señor Dean (Farrar), les escribe a las religiosas, él estará a cargo del lugar cuando lleguen. Llegan las monjas, a una casa que se vuelve su convento, y allí el General de la zona le paga a la gente para que vayan con las religiosas, hay muchos niños en la escuela, las religiosas conocen a Dean. Reciben además a Kanchi (Jean Simmons), una joven lugareña que parece no tener mucha utilidad. Comienzan las clases, a las que se una el hijo del General (Sabu), que nota a Kanchi. La hermana Clodagh se sorprende por el viejo sabio del lugar, un ex combatiente que no pronuncia palabra y a quien los lugareños llevan alimento y ofrendas. El joven general despierta curiosidad en las monjas por sus finas vestiduras y perfumes, mientras Clodagh recuerda eventos de su pasado, siendo cortejada por un joven, recibiendo regalos.




Dean, con su libertina actitud y modales, choca con las conservadoras religiosas, pero despierta marcada curiosidad en la hermana Ruth (Byron), ella es diferente a las demás, joven y hermosa, rebelde. El joven General inicia un sano romance con Kanchi, a quien defiende por haber robado en el convento. Pasados unos días, la hermana Philippa (Flora Robson); una de las más experimentadas, abdica, no soporta el lugar y su ambiente, pide ser transferida. Nace después un bebé, que enferma, y fenece, generando malestar generalizado en el lugar. Ante esto, Dean, que se había alejado, regresa, siempre atentamente observado por Ruth, que escucha cómo conversa con Clodagh, que le cuenta una experiencia propia, en la que casi se casa con su pretendiente, y de cómo siente que ese lugar la está poseyendo, se abre y le cuenta las penurias que le provoca esa atmósfera. Clodagh no mejora, cede más y más ante el lugar, Dean le aconseja que todas se vayan de allí mientras puedan. Por su parte, Ruth enloquece, discute con Clodagh, abandona sus votos, y escapa del convento, va a la casa de Dean. Se le declara abiertamente, hasta vestida ya de otra forma, pero él la rechaza, y ella se ve forzada a regresar. Al volver, ataca con ferocidad a Clodagh mientras tañe la campana, pero falla en su ataque, y cae a un precipicio, fenece. Las monjas finalmente se van, y Clodagh pide a Dean que cuide la tumba de la descarriada Ruth.




Buen ejercicio el que hacen los directores, una cinta que guarda todo su potencial y su fuerza para la segunda parte, el segundo segmento en el que se sale de control para las religiosas todo el abrumador y envolvente poder que tiene la exótica locación sobre ellas, un lugar cuya poderosa atmósfera las hace evocar momentos pasados, previos a su unión a la hermandad, las hace dudar, poco a poco se van tambaleando cada vez más, debatiéndose en lo que la hermana Philippa define como una situación con dos caminos por seguir, uno, el del viejo sabio, enmudecido y silencioso vigilante, y el otro, el de Dean, libre y desafiante, todo lo contrario a las monjas, ambos caminos opuestos, antagonistas. Es así que poco a poco el lugar las va derrotando, las va quebrando, un lugar en el que no se puede evitar que el viento sople, un lugar que las posee y las corrompe, y que extrae lo más humano y carnal de ellas, desnuda sus más intimas debilidades. Dean será también una de las fuerzas a través de las cuales el lugar se va apoderando de las religiosas, uno de los pocos hombres en la zona, despierta deseo, primero en Clodagh, que lucha con todas sus fuerzas por eliminar o ignorar el deseo, y lo consigue parcialmente, a la vez que también es bombardeada con constantes recuerdos de su pasado, en los que la libertad y el cortejo que le hacia su por entonces novio, hacen nacer una poderosa duda en su interior, y acaba colapsando. La que no es capaz siquiera de menguar ese deseo es Ruth, ella abraza con todas sus fuerzas todo lo que Clodagh reprime, desencadena todo lo contenido, y libera si lado más carnal y animal.






Ruth es el personaje más provocador, ella es animalesca, es carnal e intensa, ella se mueve siempre entre sombras, las sombras siguen su rostro, y genera esa poderosísima mirada, que esgrime con desenfado, esa mirada salvaje y llena de carnal impulso, se muestra siempre oscura, amenazante, su aspecto la hace lucir como un animal lleno de deseo. Y tras la transformación, tras abandonar el bando religioso y abrazar todo su deseo sexual, se convierte en una auténtica y temible fiera, es maligna, su vestimenta incluso es de un poderoso y oscuro carmesí, ella se transmuta en la encarnación máxima del deseo y desenfreno que el lugar ejerce sobre laa pobres monjas. Y su aspecto es realmente animalesco, con el cabello alborotado, con la mirada más poderosa que nunca, con sus ojos más intratables que nunca, está desquiciada, poseída por el lugar, es la máxima malignidad, demencia y deseo sexual hecha carne y hueso, y los directores muestran estupendos planos recorriendo ese maligno pero muy hermoso rostro, un rostro malévolo, invadido por las sombras, que derraman sus tenebrosos dominios sobre esa tersa, bella y blanca pero diabólica faz, y una música casi satánica termina por generar esa aura de perversidad absoluta y demoniaca sobre ella. Como no podía ser de otra forma, los directores aprovechan las posibilidades que proporciona la exótica ubicación en la India, y nos muestran sus conocidas y poderosas expresiones visuales, así como las imponentes locaciones de Calcuta, las flores también, dejando patente su dominio cromático, los fuertes e intensos colores, es esa salvaje naturaleza, las que las va poseyendo y dominando, hasta expulsarlas del lugar -aunque personalmente considero una lástima que no se hayan explayado y extendido las secuencias de esta naturaleza-, apreciándose algún fundido en el intenso rojo también. Y es así que finalmente se van, se van con la lluvia, su mundo religioso ha sido puesto a prueba máxima, y abdicaron, dejan a Dean en Calcuta, cuidando de la tumba de la maligna Ruth, alejándose del lugar donde se respira el narciso negro, el perfume del joven General, que da título al filme. El trabajo de Deborah Kerr es correcto, otra vez de monja, símil papel al que realizaría una década después en El Cielo es Testigo (1957), de John Huston, y Kathleen Byron está sobresaliente en su intenso personaje, una lástima que la bella actriz se haya dedicado más a proyectos televisisvos en el futuro, además la exótica presencia de Sabu, recordado Mowgli en El libro de la selva (1942). Interesante y provocadora cinta, gran trabajo de PowellPressburger, con momentos visuales y plásticos muy logrados, una cinta bastante rescatable y disfrutable.





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