lunes, 5 de marzo de 2012

La tumba india (1959) - Fritz Lang

El inmortal alemán Lang, ilustre emblema expresionista, notable también realizador de film noir en tierras norteamericanas, realiza en esta oportunidad un ejercicio de cine ciertamente atípico a lo antes contenido en su filmografía, en esta película, cinta hermana de El tigre de Esnapur, primera parte de la historia, que vio la luz el mismo año, y que La tumba india complementa y finaliza. Historia que, continuando exactamente donde se quedó su predecesora, situándose siempre en la India, narra las peripecias y aventuras de Seetha, la bailarina del templo de Shiva, que prosigue su difícil romance con Harald Berger, mientras sufren ambos la implacable persecución del maharajá de Esnapur, Chandra, loco de celos por haber sido rechazado por la hermosa danzarina, y construyendo una fabulosa estructura, una joya arquitectónica, la tumba del título, una tumba que está destinada para Seetha. La cinta, irregular dentro de las directrices languianas, está retratada con todo el poder e impacto visual de las tierras hindúes, sus imponentes estructuras, sus pintorescas locaciones, plasmadas correctamente, compensando que por momentos se detecta una artificialidad llamativa en ciertos decorados. Contiene la cinta la memorable secuencia del baile de Seetha en el templo de Shiva, con una muy bien lograda coreografía interpretada por Debra Paget, acompañada por Paul Hubschmid como su amante, y Walter Reyer como el maharajá, los principales protagonistas de una cinta bastante atípica, y de las últimas en la filmografía del gigante Lang.

            


La cinta se inicia con un prólogo en el que se nos informa auditivamente los hechos en que terminó la película anterior, con el maharajá Chandra en su palacio, que ha ordenado al Dr. Walter Rhodes (Claus Holm) la construcción de una fabulosa e inmensa tumba, que servirá para Seetha, fugitiva con su amante Harald Berger, está furioso por el desplante de ésta, y que prefiera irse con un extranjero. Los amantes, por su parte, siguen huyendo a través del desierto índico, y a su vez el Dr. Rhodes, al enterarse los fines que tiene la estructura que está contrayendo, se niega a seguir trabajando en ella. Se inicia una búsqueda por todo Esnapur, se debe capturar al extranjero de cualquier forma, pero a Seetha con vida. La hermana del Harald, Irene Rhodes (Sabine Bethmann), va a hablar con el maharajá, que no cambia de opinión respecto a sus planes con la gran tumba india. La búsqueda continúa, la prófuga pareja se escabulle por poco, pero finalmente son capturados, ambos vivos, y a Irene se le informa que su hermano ha muerto, cazando tigres. Los sacerdotes del templo demandan que se juzgue y castigue  a Seetha por su ofensa, Shiva así lo exige, y con pesar de Chandra así se hace, realizando ella una danza ante una gran serpiente, tiene éxito al inicio, pero finalmente falla, y Chandra la salva del gran reptil.





Ya solos, Chandra dice a Seetha que debe aceptar su unión, volverse su mujer, su majaraní, o de lo contrario, eliminará a Harald. Paralelamente, Irene está convencida de que su hermano sigue con vida, y lo busca, Seetha ha podido ver a su amante, tras lo cual,  hablando con Irene, le afirma que se casará para evitar la muerte de Harald. Irene y su esposo, el arquitecto, tratan de imaginar dónde puede estar recluido Harald, Un confiado Chandra no hace caso a sus a sacerdotes, molestos por la traición que se hizo al interrumpir la ceremonia de juicio a Seetha, en la que debió ser muerta por la serpiente, igual se casará con Seetha, confiado en su poder y autoridad. Mientras Irene y su esposo planean generar distracción con dinamita y buscar a Harald, éste, que iba a ser ultimado, elimina a su custodia, y logra escapar de su claustro. Es entonces que una extraviada Irene consigue encontrarse con su hermano, y se reúnen con el Dr. Rhodes. Poco después, la boda del maharajá se está realizando, y en plena ceremonia, los religiosos acusan a Chandra de haber traicionado los mandatos de Shiva, detienen todo y capturan a Seetha. Chandra está siendo castigado, azotado, y cuando va a ser ejecutado, sus guardias recuperan el control, lo liberan, mientras los amantes Seetha, ya liberada, y un malherido Harald escapan. Finalmente, un Chandra completamente distinto, abandona el poder, y se va a servir a un anciano sabio, un consejero de Esnapur.





De esta manera culmina la cinta el director, y vale señalar que ambas cintas, tanto El tigre de Esnapur como La tumba india, son una reversionada de la misma obra, a dos cintas también, realizada por su coterráneo Richard Eichberg en 1938. Resulta singular el presente ejercicio cinematográfico viniendo de Fritz Lang, que curiosamente no dista demasiado temporalmente de otras obras más convencionales -dentro de su universo por supuesto-, como While the City Sleeps (1956), pero en la que ya se aparta bastante de su entonces vigente etapa, deja el film noir, deja incluso sus contados pero respetables westerns, y realiza esta suerte de leyenda indica, retratando el vasto y riquísimo escenario hindú, sus fabulosas estructuras, sus hermosos paisajes, y este apartado debe prevalecer sobre unos sorprendentemente artificiales decorados, específicamente algunas imágenes de fondo paisajístico, notablemente falsos, detalles bastante llamativos viniendo del cine de Lang. Pero ese aspecto queda minimizado con otros aciertos del alemán, como las exquisitas vestimentas, y un atrezzo tan elaborado y detallado que reducen ciertas falencias menores, como el hecho de ver a actores alemanes embetunados y haciendo papeles de hindúes, algo que ciertamente puede restarle sentimiento de naturalidad a la cinta. La película tiene un correcto contenido iconoclasta, representando y retratando a las deidades hindúes, teniendo su mayor expresión esto en la secuencia del juicio a Seetha, con unos contrapicados de la inmensa figura de Shiva, magnificando su imagen, y en esta misma y preciosa secuencia resalta, por encima de todas las demás, cómo no, el soberbio baile que realiza la danzarina del templo, aunque no faltarán las voces que aticen al baile como algo que no tiene nada que ver con las danzas hindúes, de todas formas la secuencia es la más lograda de la cinta. Es una danza que destila plasticidad, sensualidad y elasticidad, osadía desafiando a la gran serpiente, largos momentos de danza frente al gran reptil, mientras todo es observado por una inmensa imagen de Shiva, maximizada con el contrapicado, una estupenda secuencia ritualista, solemne, ceremonial.






La hermosa actriz Debra Paget es la encargada de realizar la memorable performance, luciendo sensual, irresistible, vestida con una interesante y reducida vestimenta, dejando mucha de su piel al descubierto, incrementando la carga carnal a esos instantes, la vuelve más impactante, mientras realiza su baile que parece hipnótico, y ciertamente lo es, pues el objetivo de la misma era engañar y amansar a la gran serpiente, objetivo que logra solo inicialmente, ya que termina perdiendo la concentración, y por poco la vida, de no ser por Chandra. La película no deja ser atractiva, tiene correctas actuaciones, correctas, nada más, sin embargo no deja de advertirse cierta simpleza en su tratamiento, cierta superficialidad, linealidad en su narración y en su contenido, y la película colinda por momentos peligrosamente con menores cintas de aventuras, generando que no falte algún insensato insolente que la compare con Indiana Jones (vaya sandez), pero es algo a lo que su por momentos simpleza la expone. Si bien en el apartado estético la cinta sí tiene momentos bien logrados, de belleza plástica con toda la fuerza pintoresca de los símbolos y paisajes hindúes, finalmente uno no puede dejar de sentir, terminado el visionado, una inconsciente interrogante de si lo que se acaba de ver es realmente una cinta de Fritz Lang, no porque su calidad sea inferior, sino porque se siente algo muy distinto a los trabajos por los que el director alcanzó la más alta cima del Olimpo cinematográfico. Nace aquí una dualidad, puede que se sienta una cinta que aporta muy poco a su filmografía, al menos, que aporta muy pocos elementos del calibre y contundencia de trabajos anteriores, sin embargo es ahí justamente donde radica a su vez otro atractivo, ver algo distinto en Lang, algo completamente diferente a su sello distintivo, y desde ese punto, el filme, y su hermano, son pues una fuente maravillosa de novedades: junto con la cinta predecesora, son rarezas únicas languianas, únicas e irrepetibles. Es ese el motivo por el que la cinta divide juicios, entre una relativa mayoría que defenestra a la cinta, pero también con estudiosos quienes la consideran clave en la obra de Lang; en cualquier caso, para el verdadero entendido, es un trabajo ineludible. Evidentemente, se debe ver la primera parte de la historia, El tigre de Esnapur, para darle mayor coherencia a una cinta que jamás deja de ser interesante, de ser atractiva, observamos ciertamente un nuevo lenguaje en el realizador germano, sí, puede que inferior en algunos aspectos a sus anteriores obras, pero que merece atención, pues sin acercarse a lo mejor de su producción, no deja de ser una cinta del titán Fritz Lang.





 


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