sábado, 31 de marzo de 2012

El puente sobre el río Kwai (1957) - David Lean

David Lean alcanzaría fama y prestigio mundial con la presente cinta, filme de largo aliento, una de las históricas ganadoras de los entonces valiosos y dignos Premios de la Academia, quedándose con siete estatuillas en la edición de su respectivo año. Adapta al cine el director al novela homónima de Pierre Boulle, en la que narra las penurias de un grupo de soldados británicos, atrapados en un campo de concentración japonés, en el que serán forzados a construir un enorme puente sobre el río del título, titánica labor que lograrán finalizar, pero con un objetivo muy diferente al que planeaba el principal orquestador de la construcción, un oficial nipón. El director se llevaría el Oscar a Mejor Director, y serían laureados también Alec Guinnes, uno de los principales protagonistas, así como la Fotografía y la Banda Sonora; pero el premio que generó polémica sería el del guión adaptado, Michael Wilson y Carl Foreman, involucrados en el recordado escándalo se la cacería de brujas, por vínculos conmistas en Hollywood. Alcanzaría la cinta halos de mítica para ciertos críticos, para otros, sobrevalorada; sea como fuere, es una memorable cinta, por la historia misma, por su correcta producción y rodaje, alcanzando fuertes y poderosas imágenes, una superproducción por supuesto, e inevitablemente, recordada en parte por el escándalo y polémica desatado alrededor de los guionistas involucrados.

        


Mientras los créditos son mostrados, vemos hileras de hombres marchando a trabajar, largas filas de lo que parecen ser esclavos. El soldado norteamericano Shears (William Holden), trabaja junto a un camarada como sepulturero, se las ingenia para sobornar a un oficial y pasar como enfermo, pero grandes masas de más trabajadores llegan, marchando y silbando. El coronel Saito (Sessue Hayakawa), autoridad japonesa, les informa a los obreros, soldados británicos prisioneros, que construirán un puente sobre el río Kwai, conectando dos áreas lejanas. Llega el coronel Nicholson (Alec Guinness), británico también, se conoce con Shears, a ambos desagrada Saito, y preparan la construcción un plan. Nicholson se rehúsa a ordenar a sus hombres que trabajen como esclavos, es recluido en un pequeño claustro. Luego, tres de los prisioneros intentan escapar, lográndolo únicamente Shears. La construcción se vuelve caótica, los plazos se estrechan, y Saito se enfurece, enviando al mayor Clipton (James Donald), a que convenza a Nicholson de rectificar, pero el necio coronel sigue reacio a esclavizar a sus soldados. Saito propone diversas alternativas para realizar la construcción, recibiendo sendas negativas.




Nicholson tiene un plan, y junto al mayor Warden (Jack Hawkins), urden una estrategia para sabotear el puente. Warden habla con Shears, y por ajustes burocráticos, el yanqui deberá regresar al río Kwai. Reciben a un nuevo elemento, el teniente canadiense Joyce (Geoffrey Horne). Se realizan entrenamientos y operaciones en paracaídas, Shears se separa del grupo, se adentra en territorio nipón, entre pantanos y difíciles caminos junto con Warden, Joyce y mujeres locales que los asisten. Mientras, en el río, hay problemas con los plazos, las fuerzas van flaqueando, faltan brazos para el trabajo, y las enfermedades azotan a los operarios. Warden resulta herido en algunos enfrentamientos con soldados japoneses, es cargado por sus camaradas y las mujeres, hasta que llegan al otro lado de la construcción, que ha avanzado asombrosamente. Contra pronóstico, el puente ha sido terminado, Saito está satisfecho, los soldados preparan una celebración, en medio de la cual, Warden, Shears y Joyce se mueven entre las aguas, plantan dinamita, pero el río baja, deja los cables expuestos, y sorpresivamente el propio Nicholson alerta a Saito, quien no puede evitar que se detone el explosivo, el puente y un tren se desploman. Solo Warden sobrevive, en medio de las ruinas, y con las féminas niponas.




Memorable cinta, en la que descollan e impactan sus poderosas locaciones, sus imponentes escenarios, además de las estructuras de la construcción del puente, estos elementos dejan en evidencia que se trataba de una cinta que contaba con un alto presupuesto, era, pues, una superproducción. Es este el aspecto que más me seduce de la cinta, esas sobrecogedoras locaciones, los interminables y verdes bosques, grandes alfombras de verde follaje, la indómita y vasta naturaleza, son las imágenes que se sienten más impresionantes y verídicas, toda la naturaleza, su flora y fauna, simios y descomunales grupos de aves que se espantan ante la dinamitas, cubriendo majestuosamente todo el cielo, y reforzando sus imponentes paisajes, empedrados, cataratas y peñascos. Además, están las mencionadas grandes estructuras y armazones, las armazones de la construcción, y es que para el puente se necesitó una inmensa estructura de hierro que demoró ocho meses en su construcción, además de las muchas horas de trabajo y hombres que se necesitaron en la edificación; todo para desmoronarlo en cuestión de segundos, componentes que le dan ese aire de magnanimidad que toda superproducción tiene. En este exótico y maravilloso escenario se desarrolla la acción, la pesadilla de un conglomerado internacional de militares, prisioneros de guerra yanquis, británicos y canadienses, atrapados en el campo de concentración nipón, y obligados a hacer el trabajo del puente. Si un pero he encontrado en la cinta, podría ser su ritmo, en el que por momentos, durante su dilatada duración, se siente algo lenta, rozando peligrosamente la languidez y aburrimiento, aunque esto es en pasajes, no en toda la película. La cinta es considerada por ciertos personajes como de culto, que marca un antes y un después en filmes de esta naturaleza, y le abrió las puertas al director Lean a posteriores proyectos de mayor envergadura, gozando todas las mayores libertades que una cinta ganadora de siete Oscars otorga. Ciertamente, la cinta es memorable, es magna, si bien he de señalar que a mi paladar parece, con todos sus aciertos y logros, que se le ha dado excesivo reconocimiento -siete Oscars en la década de los 50 es ciertamente algo extraordinario-, y pienso que esto mucho tiene que ver con el escándalo de la “cacería de brujas”, cuando todos los directores y guionistas supuestamente vinculados al comunismo fueron estigmatizados. Aquello generó que los ganadores del Oscar por el guión, Michael Wilson y Carl Foreman, sindicados a aquellas filiaciones, se ausentaran a recibir su galardón, únicamente el autor de la novela, Pierre Boulle, recogería su estatuilla -detalle que no deja de resultar curioso, tomando en cuenta lo muy inconforme que quedó Boulle con la cinta, pues consideraba que se modificó demasiado ciertos aspectos de su novela, el final sobre todo, o el racismo de Nicholson, entre otros-, si bien posteriormente hubo reconocimiento para los dos primeros. Cinta abundante en matices y background, de cualquier forma o enfoque, es una correcta obra, muy digna y merecida de ser vista y apreciada.






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