sábado, 3 de marzo de 2012

El precio de la gloria (1952) – John Ford

El gigante realizador norteamericano Ford, especialista y santo y seña de los westerns yanquis, deja por un momento esa especialidad suya para abordar un tema sensiblemente distinto. Eran los inicios de la década inmediatamente posterior al más grande conflicto bélico hasta ahora habido, las heridas en ambos bandos no terminaban de cicatrizar, y Ford plasmó ese sentir en esta agridulce cinta. Retrata Ford la historia, situada en tierras francesas, de un oficial yanqui, un capitán, que tiene a su cargo un bipolar grupo de reclutas, casi ancianos por un lado, inexpertos jóvenes por el otro, y entonces llega su sargento, subalterno suyo que es un antiguo amigo y camarada, con el que rivalizará por los favores de una atractiva señorita, la hija del cantinero donde los yanquis se relajan y beben, pero la dama no quiere aventurillas ni amoríos, sino matrimonio, e inevitablemente la guerra truncará muchos de esos planes, cuando deban marchar ambos al frente de combate. Recluta para su cinta Ford al correcto James Cagney y a Dan Dailey como los oficiales en pugna, y a Corinne Calvet como la fémina que desata las desavenencias. Por momentos disparatada, por momentos también en cambio seria y dramática, la película de Ford no desfila entre lo mejor de la producción del gigante yanqui, sin embargo es una digerible y disfrutable cinta, que los fanáticos del norteamericano sabrán disfrutar y apreciar.

          



La primera imagen de la película es la de un grupo de soldados, una compañía yanqui, que avanza en medio de un árido terreno. Es Francia, es 1918, la guerra se acerca a su final, y la compañía norteamericana del comienzo regresa triunfal del frente, marchan gloriosamente por calles francesas, y luego van a relajarse al bar de la localidad. En el bar, se encuentra el Capitán Flagg (Cagney), bebe y disfruta de la atención de Charmaine (Calvet), que atiende y encanta. El capitán debe partir a Paris en una misión, ella desea acompañarlo, y más aún, desea casarse con él, intención que no gusta ni comparte Flagg. Arriba entonces un nuevo grupo de reclutas a la división de Flag, son casi unos niños, jóvenes que apenas pasan la edad escolar, y poco después arriba también  el primer Sargento Quirt (Dailey), son viejos amigos, y éste será encargado de entrenar y fortalecer a lo nuevos e inexpertos reclutas en la ausencia del capitán. Debe partir Flagg, y aunque Charmaine desea ir, debe quedarse, conoce a Quirt. Quirt curte a los jóvenes, mientras se acerca el regreso de Flagg, y la liviana Charmaine ya se está entendiendo con el sargento, pero ante el inminente regreso del capitán, Quirt debe retirarse de la habitación que ocupa, lo hace sin muchas ganas. Un joven soldado llamado Lewisohn (Robert Wagner), conoce a una bella francesa, se enamoran, pero ya es hora del regreso.





Vuelve Flagg, reconoce a su compañía, y recibe las quejas del tabernero, de cómo se ha corrompido a su inocente hija, exige se le indemnice. Esto termina en una impensada decisión y deseo de Quirt de casarse con Charmaine, pero cuando está a punto de realizarse la boda, llega un alto mando, un general, es momento de partir de nuevo al combate, se cancela todo. En el frente, se desencadena una feroz batalla, se enfrentan a los alemanes, el arduo combate se puede acabar para ellos si encuentran un oficial alemán pues lo transportarían a los cuarteles. Encuentran entonces a un coronel germano, pero el alemán fenece, Quirt resulta herido, inhabilitado para combatir, regresa a terreno seguro, con Charmaine, y cuando Lewisohn captura a otro oficial de pronto las autoridades dicen que solo volverán si capturan un navío contrario. Vuelve Quirt a la taberna, encuentra a Charmaine, lógicamente con pretendientes, pero él recupera su lugar de prometido. Mientras tanto, han logrado en el frente Flagg y los suyos capturar el navío, y han regresado también, pero ha muerto Lewisohn. El capitán vuelve a la taberna, reclama a Charmaine, se desata un inevitable enfrentamiento por la chica, los amigos terminan embriagándose, juegan al póker, que gana Flagg, y cuando parece que se quedará con ella, nuevamente se los llama al frente de batalla. Parte Flagg, e inesperadamente, Quirt deja a Charmaine, y parte con su amigo Flagg a combatir.




Ford termina un ejercicio de cine en el que se desempeña dentro de algo que no es su especialidad, se aleja unos momentos de sus westerns para mostrarnos esta agridulce historia, que es retratada con dos diferenciados tratamientos, algo de comedia, pero también realismo y drama, la cinta es marcadamente yanqui, en su concepción y en su tratamiento. De esta forma, tenemos detalles comedíescos como las peleas entre Flagg y Quirt, como el regreso del capitán a la taberna, cayéndose torpemente de su motocicleta, que dotan a ciertos pasajes de la cinta de una benigna carga hilarante. Pero la película también sabe enseriarse, y el director muestra, sin que sea dómine en el aspecto, logradas secuencias bélicas, el arduo combate, la batalla contra le enemigo germano, se desprende la cáscara cómica para retratar cementerios, muerte, la muerte del joven Lewisohn, las vidas y amores rotos y frustrados por la guerra, muestra también ese drama, si bien es endulzado en líneas generales con la clave cómica en la que enmarca el relato. Así es como nos presenta Ford su historia, la historia de unos oficiales yanquis que se ven divididos y enfrentados por una liviana mujer, que apenas se va uno de sus pretendientes, se entiende con otro, y que no es capaz en ningún momento de decidirse por ninguno, y que finalmente, es abandonada, los soldados prefieren combatir y defender a la patria a quedarse con la fácil e indecisa dama, finalizando el triángulo amoroso, y también la película. Ford impregna inevitablemente, en los años inmediatos postreros a la guerra, de un orgullo militar yanqui a su cinta, mostrando las marchas triunfales de los soldados americanos en tierras francesas, marchan gloriosamente, el reciente triunfo en el conflicto mundial se advierte en esas imágenes. Lineal y convencional, al igual que su estética y narrativa, con todos sus inesperados vuelcos y su ritmo correcto, la cinta termina siendo una apreciable muestra del cine de Ford.



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