martes, 13 de marzo de 2012

El caballero rojo (2003) - Hélène Angel

La directora francesa Hélène Angel, de filmografía bastante reducida hasta el momento, se anima a realizar este ejercicio de cine épico, de cine de la época medieval, tiempos de los caballeros, de las Cruzadas, de los dragones y las leyendas. Angel nos introduce en el personal universo del legendario caballero elegido por el Dragón Rojo, que ha sobrevivido al fuego del fantástico animal, siendo dotado de esta forma con un halo de inmortal, de impenetrable, invencible guerrero; un notable guerrero que, sin embargo, se ha visto entremezclado en inciertas y oscuras situaciones. Siendo acusado de asesinar a una mujer, es ahora prófugo, y deberá resolver muchas interrogantes de su propio interior. La realizadora pone en práctica una correcta puesta en escena, y para representar al caballero del título, recluta a un actor francés contemporáneo que hace rato está haciendo bien las cosas, Daniel Auteuil, un serio representante del cine de su país, que decentes trabajos nos ha entregado en las décadas recientes, siempre cumplidor. Encarnará al singular combatiente, que recibe la visita de un adolescente, admirador suyo, que quiere seguir sus pasos, y será una suerte de ayudante y escudero suyo mientras busca a un famoso poeta. Tiene algunos atractivos momentos la película, logra en algunos pasajes de su metraje un agradable tratamiento, y termina por ser una aceptable muestra de cine europeo contemporáneo.

       


Inicia la cinta con un primer plano de una flor roja, e inmediatamente después, vemos a un hombre con el rostro en llamas, y todo el cielo invadido por un impresionante rojo intenso. Una voz femenina en off nos cuenta que se trata de Guillaume de Montauban, el caballero elegido por el Dragón Rojo, bendecido personaje que además rescató a un amigo del fuego del animal, en los días de las Cruzadas. Después, Félix de Sisteron (Nicolas Nollet), es un joven que busca al fantástico animal, y casi sin querer, elimina a un caballero que se burla de su intención, adentrándose en un bosque plagado de cadáveres humanos, se interna luego en una cueva, donde hay otros jóvenes como él,  observan unas pinturas de la cueva, y creyendo en lo que hace, llevan a Félix a ver un cadáver. En medio de la sangrienta carnicería de los cuerpos, una figura se mueve, persigue y elimina a los incrédulos jóvenes, se trata de Guillaume de Montauban, a quien Félix reverencia. Le pide además que lo acoja, le permita acompañarlo a donde sea, pues quiere seguir sus pasos, el caballero le comenta que está buscando a Hugues, un músico, el poeta favorito del Papa, y avanzan juntos. A quien busca el caballero es a Hugues de Partuys, pero es entonces que aparece Micholas Mespoulède (Gilbert Melki), con otros guerreros, estos también están buscando a Hugues, este es un personaje destructor, que deja desolación en los lugares por los que pasa.



Aparece también en su camino un ser extraño, animalesco, identificado como Raoul de Ventadour (Sergi López), personaje del que se quiere responsabilizar a Guillaume y Félix, pero el caballero rápidamente se deshace de él. Reaparece poco después Raoul, y esa noche, increíblemente, frente a los ojos de Félix, se transmuta en un jabalí, Guillaume le dice que antes, él mató a la esposa de Raoul, y que desde entonces, por las noches se convierte en esa bestia. Entra en escena luego la monja Gisela von Bingen (Emmanuelle Devos), a la que encuentran en su camino. Están pues todos juntos, incluido Raoul, y Gisela cuenta a Félix la similar historia sobre la esposa del primero, y poco después, el fantasma de la propia difunta, Isabelle de Ventadour (Claude Perron), se la aparece al joven, y le habla de cómo Guillaume intentará matar a Raoul. Encuentran finalmente a Hugues de Pertuys (Titoff), con su mujer, que ha dado a luz. Por la noche, Guillaume ve también al fantasma de Isabelle, que le dice deberá matar a Raoul. Se encuentran con un numeroso grupo, vestidos de oscuras togas, que realizan ritos cristianos, Hugues huye con su hijo. Guillaume cuenta a Félix las circunstancias en que mató a Isbabelle. Raoul enloquece, ataca a todos los cristianos a su alrededor, feroz guerrero, elimina a muchos, pero es herido de muerte, y antes de morir, en brazos de Félix, perdona a Guillaume. Poco después, un desencantado y descompuesto Félix, fenece también, en una playa. Guillaume finalmente se bate a duelo con Mespoulède, venciéndolo en intenso combate, y termina quedando su existencia en la leyenda.



Termina de esta forma una cinta que tiene ciertos momentos de logrado magnetismo, de atractiva estética, y una de las secuencias más poderosas visualmente es sin duda el propio comienzo, empezando la cinta con intensidad, con poderosas imágenes viendo el rostro de un caballero en llamas, que se retuerce en el candente elemento que lo consume, mientras un potente y sanguíneo cielo teñido totalmente de rojo lo invade todo. De esta forma nos es presentado ese mundo épico, y narrado además el relato de la leyenda del caballero elegido por el dragón rojo, magnificándose el medieval mundo, dotando al relato de un halo fantástico, poderoso y potente, se siente pues el mundo de los días medievales, de la leyenda, de los caballeros. Es la expresión visual, la belleza plástica de sus imágenes, el punto más alto de la cinta, en la que la realizadora nos muestra un atractivo dominio y manejo cromático, los paisajes retratados, el verde prado combinado con un fuerte cielo azul, la blanquísima nieve que se toca casi con ese cielo también, montañas y nevados, esas imágenes paisajísticas plasman potenciado el cromatismo del mundo que nos muestra la directora. Asimismo, imágenes de atardeceres, también potentes visualmente, como ver a un sol perfectamente circular, un disco rojizo, sanguíneo y anaranjado, al igual que pálidas caídas del sol, y es que la intensidad, el fuego siempre es referenciado, aludido, inicialmente con ese indescriptible e intensísimo cielo carmesí, como la flor de la primera imagen, posteriormente con el rojo en el atrezzo, las túnicas de los cristianos por ejemplo, hay una constante referencia y presencia del elemento candente, de la pasión. En ese mundo, nos presenta a los protagonistas, en el que llama la atención Raoul, patético personaje, deficiente mental tras un evento que lo marcó, su mejor amigo elimina y empala viva a su esposa, con la maldición de convertirse en jabalí en las noches, y olvidarlo todo a la mañana. Su destino es ser eliminado por el gran caballero rojo. Y claro, el centro de todo es el caballero elegido por el dragón, el mejor caballero del mundo, que personifica una suerte de Sigfrido del clásico de los Nibelungos, un inmortal Sigfrido mediterráneo tras haber sobrevivido al fuego del dragón, ese fuego se apaga de su piel, pero permanece ardiente adentro toda su vida, termina su existencia volviéndose un mito, diciendo algunos que lo ven todas las noches llorar en la tumba de sus seres queridos. Termina así el relato de un mundo fantástico, medieval, de leyendas y dragones, de apariciones fantasmagóricas, un correcto ejercicio cinematográfico de la directora Hélène Angel.

 



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