jueves, 23 de febrero de 2012

La Mujer del Cuadro (1944) - Fritz Lang

El gran titán germano, Fritz Lang, uno de los padres del expresionismo alemán, encontrándose ya en tierras yanquis realizando películas, produciría este título, cuando la Segunda Guerra Mundial llegaba ya a su fin. Lang dejaría de ser, como es sabido, uno de los profetas de la mencionada corriente cinematográfica alemana, para convertirse en profeta de otra, de la corriente norteamericana del cine negro, el film noir que tan bien realizó Lang. Oscuros escenarios, oscuros personajes también, circunstancias y situaciones sórdidas, muerte, engaños, adulterios, serían los temas centrales de su cine de entonces, naturalmente utilizando actores también yanquis. En esta oportunidad nos presenta la historia de un correcto y respetado profesor, un psicólogo que se ve enredado en una situación de pesadilla, cuando una mujer a la que admiró en un cuadro, entre en su vida y lo enfrasque en una intriga de asesinato, con impensadas consecuencias. Para representar la historia, Lang recluta a un muy buen actor estadounidense, uno de los santo y seña del cine negro, y uno de los actores yanquis representativos de esas décadas, el gran Edward G. Robinson, que el propio Lang más de una vez dirigiría, además de la guapa Joan Bennett en el papel de la mujer fatal que desencadena todo. Buen ejercicio el realizado por el alemán de film noir de mediados de los cuarenta, década crucial en la historia del cine.


       


En tierras norteamericanas, hay una conferencia, un simposio sobre psicología, donde el profesor Richard Wanley (Robinson) habla a sus estudiantes, entre otros temas, de Freud. El profesor debe partir por trabajo, despidiéndose de su esposa e hijos. Ya en su lugar de destino, en un escaparate, se queda embobado apreciando un cuadro, en el que una mujer es el centro de atención, y poco después se encuentra con unos amigos, personajes con los que no se ven en tiempo, hablan sobre trabajo, sobre sus vidas, y quedan en volver a verse. En el hotel donde está alojándose, se queda en el living leyendo El Cantar de Los Cantares, pidiendo al mayordomo que lo despierte a determinada hora. Al ser despertado, camina por la misma calle del cuadro, contemplando nuevamente a la mujer en el oscuro retrato, y de pronto, aparece junto a él la joven y atractiva mujer pintada ahí (Bennett). Habla con la mujer, traban cierta amistad. Van a tomar unos tragos cerca, y nace química entre ellos, hasta el punto de llevarlo ella a su casa, para mostrarle otras pinturas. Ya allí, están apreciando unas fotografías, cuando de pronto irrumpe en la casa un energúmeno sujeto, que ataca primero a la mujer, Alice Reed, y luego al profesor, está estrangulándolo, pero este finalmente lo liquida con unas tijeras que la mujer le facilita. Ella explica que es alguien que tuvo cierta relación con ella en el pasado.




Ante la situación, planean deshacerse del cadáver con la mayor discreción, y evitar a la policía, ambos participan, y finalmente el profesor Wanley lleva en su auto el cuerpo, para depositarlo en un abandonado pantano. Pero comete el error de dejar algunos indicios en el lugar, y ya en su hotel, hablando con sus colegas, ellos han oído de lo sucedido en las noticias, y es que el sujeto era un importante financista, que se presume desaparecido. Para su mala suerte, uno de sus camaradas, Frank Lalor (Raymond Massey) es un detective encargado de la investigación, que va desenmarañando hábilmente todo, e incluso lleva al profesor a reconstruir los hechos a la escena final, el pantano. Entonces recibe una llamada de Alice, el profesor está en los periódicos por un reconocimiento que ha recibido, pero entonces, un facineroso va a la casa de ella, sabe toda la verdad, y al revisar concienzudamente la casa ya no tiene dudas de lo sucedido al financista, y la chantajea. El profesor, enterado, ve solo una salida, eliminarlo. Ella intenta engatusarlo con una bebida envenenada, pero no tiene éxito, paga lo solicitado, pero el chantaje continuará, y es entonces que, sorpresivamente, el chantajista es baleado por la policía. Y cuando Alice llama al profesor para contárselo, ya es tarde, un agotado Wanley no pudo más, y se suicidó tomando narcóticos. Entonces, el profesor es despertado en el lobby del hotel a la hora solicitada, todo ha sido un sueño, nada sucedió. Al salir del hotel, vuelve a pasar por la calle, vuelve a ver el cuadro, pero ahora, cuando una mujer al lado del mismo le pide fuego, se retira espantado.




Lang finaliza de esta forma una cinta muy atractiva, buen ejemplo de cine negro, el patriarca expresionista, ahora en tierras yanquis, sigue moviéndose por sendas oscuras, y era lógico que su siguiente paso en Norteamérica sea el film noir, sórdido y oscuro, empleando esos oscuros escenarios, tenebrosas locaciones, y una perenne e interminable intriga, que el director crea, mantiene e intensifica, ayudado por elementos como una música frenética, apremiante, que se combina con esa atmósfera lóbrega, con incertidumbre de lo que sucederá en una situación bastante bizarra. Es así que nos enmarca y presenta la historia de un correcto profesor, conservador, prestigioso y respetado sicólogo, padre de familia, profesional respetado por amigos, que parece tenerlo todo bajo control, que se ve inmerso en singular situación, cuando conozca a una mujer fatal, hermosa fémina que admiraba una noche, inerte en un cuadro, y de pronto está en casa de ella, tomando unos tragos, y será la causante de una interminable retahíla de intrigas, con asesinatos incluidos, que solo puede tener un desenlace igual de fatal que la mujer. Para esta película, el gran Lang recluta a un excelente actor norteamericano, de lo mejor de la década, el gran Edward G. Robinson, estupendo y multifacético actor, siempre cumpliendo con nota en el papel de turno que se le asigne, y encarna muy correctamente al conservador y mesurado profesor, que ve su mundo patas arriba cuando sea involucrado en un asesinato, y todo por una mujer que apenas conoce, siempre apreciable el aporte de este buen actor norteamericano, como evidentemente supo advertirlo Lang; y la atractiva Joan Bennett cumple también como la mujer fatal desencadenante de todas las intrigas. Se permite el realizador la licencia de que se produzca un final feliz, empero a todas las situaciones y las características del cine negro, el gigante alemán rompe un poco los moldes para presentar un final de fantasía, en el que todo fue un mero sueño, nada sucedió y la broma final del profesor huyendo espantado de una mujer al azar en la calle, frente al cuadro, consuma un desenlace alentador, feliz, que quizás se haya visto influenciado por alguna circunstancia devenida de un director alemán, que se encontraba dirigiendo películas en tierras norteamericanas, en los momentos finales de la Segunda Guerra Mundial, era 1944, y el conflicto entraba a su recta final, hecho ya de por sí loable y admirable por parte de Lang. Con todas las anécdotas y curiosidades, la cinta es una gran exponente de la etapa norteamericana de uno de los grandes directores de la historia del cine, el gran Fritz Lang.







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