domingo, 19 de febrero de 2012

El Gatopardo (1963) - Luchino Visconti

El Gatopardo es una de las películas más conocidas del genial Luchino Visconti, galardonada múltiplemente, es una pieza fundamental dentro de su no muy extensa pero estupenda filmografía. Para esta cinta el soberbio realizador tiene ya bien definidos los lineamientos por los que su cine se movería, es un director que ya se ha curtido en sendos ejercicios anteriores, y es una etapa en la que ya ha hecho sus iniciales trabajos en lo que podríamos considerar neorrealismo. Ya alejado del background de esa corriente que tuvo su auge a finales e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, la imaginería de Visconti no pudo más ser contenida, y desató todo su universo, así como una de sus más fervientes pasiones, la de representar en sus películas diversos momentos de la historia, siempre en Italia, y deja ya muy patente su exquisito gusto para materializar las escenografías de las otrora sofisticadas locaciones y escenarios de siglos pasados. La estética de Visconti también ha encontrado vía libre, el gigante estaba ya desatado, y en el Gatopardo nos presenta la historia de una acomodada familia siciliana, que deberá moverse cuando llegue la invasión de Garibaldi, debiendo cambiar los miembros de la acomodada familia Falconeri sus hábitos, y el principal personaje que experimenta y entiende los profundos cambios de clase y de generación, es un estupendo Burt Lancaster, con una actuación sobresaliente. Estará impecablemente acompañado por la etérea Claudia Cardinale, Alain Delon y Paolo Stoppa, ciertamente un elenco a la altura de su director.

        


Tras un inicio mostrándonos los imponentes prados, las residencias y estatuas sicilianas, somos introducidos en una solemne misa en Sicilia, que es interrumpida, pues un soldado ha muerto, hay desorden. La causa son los piamonteses, que desembarcaron, son gente de Garibaldi, lo que desata preocupación e inquietud por la clase de gente que llegará a su comunidad. En la acomodada familia Falconeri, el miembro más antiguo y distinguido es el Príncipe Don Fabrizio Salina (Lancaster), que discute con su sobrino Alfonso (Delon); pues éste se unirá a la causa de la República. Los enfrentamientos ya se han iniciado, hay batallas en las calles, fusilamientos públicos, la gente de Garibaldi avanza, y ante todo ese caos y anarquía, los Falconeri se mudan, llegan hasta una hacienda en Donnafuggata. Llega, entre otros, con su sobrina Concetta (Lucilla Morlacchi), y el Conde Cavriaghi (Terence Hill), y en esa situación, la familia Falconeri, pese a su linaje, necesita dinero, las damas buscan un partido adinerado. Se relacionan con el alcalde del lugar, Don Calogero Sedara (Stoppa), y en la reunión formal donde se presentan todos, aparece la hermosa Angélica Sedara (Cardinale). Angélica conoce al conde Cavriaghi, de quien se queda prendada, y por quien no oculta un entusiasmo que colinda con la vulgaridad, celebrando sus anécdotas de guerra. Entonces se realiza un plebiscito en la comunidad para saber la actitud de la gente respecto a la situación presente, dividiendo opiniones.




Don Fabrizio va averiguando sobre Don Calogero y los suyos, específicamente sobre Angélica, pues tiene decidido pedirla oficialmente para su sobrino Alfonso. El alcalde de Donnafuggata se muestra encantado con la proposición, y ofrecerá una gran dote para Alfonso, que curiosamente, regresa al poco tiempo del campo de batalla, vuelto completamente a la causa de la República. Angélica se entera del compromiso en el que la han involucrado, y se muestra también feliz, y consuman ambos su futura unión. Aunque Don Fabrizio está muy satisfecho con el acuerdo alcanzado, y lo que esto significaría para su familia, no puede evitar sentirse melancólico por los cambios que se avecinan, rechaza un importante cargo político que se le ofrece, pues siente que no tiene mucho ya por hacer, que su momento ha pasado, y los jóvenes deben ahora actuar. Se realiza un gran baile entonces, elegante ocasión en la que se presenta a Angélica en sociedad, donde ella y Alfonso son el centro de atención, pero finalmente Don Fabrizio termina convirtiéndose en el foco de todo, por sus excelentes dotes en el baile, y el gallardo príncipe termina deslumbrando a todos, incluida la impresionable Angélica, haciendo sentir celos al pobre Alfonso. El extenso baile continúa, al término del cual, el príncipe llora, sabedor de que con el baile, llegó a su fin su momento, pues la nueva generación ahora mandará, Sicilia ya es otra.





La película es enorme en muchos aspectos, y ya desde el comienzo nos muestra su grandiosidad, con una música sobrecogedora, mostrándonos, con orgullo de su tierra, imágenes de la grandeza siciliana, las residencias y las antiguas estatuas, como transportándonos a sus épocas doradas, y en otros momentos de la cinta, nos muestra repetidamente la tricolor, y la música para tan importantes momentos, como toda la música de la película, corre a cargo de un titán de la materia, el inolvidable Nino Rota. Ya observamos en esta cinta la cuidada estética del realizador, la importancia que tienen, como siempre en su cine, las escenografías, las cuidadísimas representaciones de los ambientes de la aristocracia, hermosas decoraciones muy detallistas, se empieza a observar la obsesión del director por esos detalles, ese ambiente aristócrata, que se siente verídico, es representado con cercanía e intimidad, con naturalidad, vemos a los burgueses en sus reuniones, en su elegante baile, todo está perfectamente pulido. Y a esto colabora una cámara que se desliza más suavemente que nunca, se pasea por toda la sofisticada escenografía y sus integrantes, explorando hasta los menores rincones de tan distinguidas locaciones, nos dará un privilegiado paseo observando los numerosos y bellos cuadros, las elegantes alfombras, los enormes candelabros, cortinas y sillas de la época, todo el atrezzo elaborado y detallado de una manera tan deliciosa, minuciosa y obsesiva como solo Visconti es capaz de hacerlo, un sello de sofisticación inconfundible e inigualable de su cine. De esta forma, tenemos un bifaz abanico de su arte, para los exteriores, con bellas tomas del páramo siciliano, de Palermo, sus hermosos e imponentes paisajes, planos generales y en movimiento que remarcan esos exteriores, mientras que en interiores, gozamos con el ya conocido dominio plástico de Visconti. Es una estética tan elaborada que por momentos, aunque sean breves, recuerdan al delirio y surrealismo felliniano, y no deja de ser interesante la similar evolución que tuvo con este otro gigante italiano.








Nos enmarca su historia en el contexto de la Revolución italiana, la lucha y la incertidumbre por el conflicto con Giuseppe Garibaldi, la lucha por la tricolor, y tenemos en Burt Lancaster a un actor con los años ya excelente, y está estupendo en el papel del aristócrata que sabe que el fin de su clase no está lejos, y se rehúsa a accionar, ya sea manteniendo o incrementando su fortuna, o reconstruyendo a una nueva y naciente Italia. Lancaster es el aristócrata líder, el de linaje mayor, de más abolengo, la cabeza de familia, que buscando el bienestar y su supervivencia, se asocia con el adinerado alcalde, Paolo Stoppa. Interesante el personaje del príncipe, el único consciente de todo, consciente todo el tiempo de lo que está pasando, de que el ocaso de su clase se aproxima, rechaza cargos políticos pues ya no tiene aspiraciones, ni ilusiones, ni esperanzas, manifiesta un constante pesimismo y hasta cansancio, cansancio espiritual, melancolía, su añeja generación y todo lo que representa ya no tiene cabida en un mundo que se renueva con la Revolución. Y la interpretación de Lancaster es una de las mejores que se le recuerde, su rostro grave, gastado, cansado, seco, es la imagen de la resignación de la madurez, un cansancio doble, de la edad, y de lo que ha pasado, y está por venir, pues como nadie, entiende y lamenta ese porvenir, es el melancólico símbolo de una clase, una generación que debe dejar lugar a la nueva. La floreciente juventud que ya llega. Junto a Lancaster, está la como pocas bellísima Claudia Cardinale, toda belleza y hermosura, frescura de juventud, Angélica, la hija del alcalde cuya inocencia y juventud la hacen colindar por momentos la vulgaridad, pero eso se debe a lo impulsiva que es, a su espontaneidad y naturalidad, a veces no acorde con la pompa de la aristocracia. Y en todas las secuencias, es una princesa, ella es realeza, la italiana se luce en unos elegantes vestidos muy propios de la época, y en la secuencia final del baile, es sencillamente etérea la Cardinale.





                                                                       
 




Estamos sin duda ante una de las películas clave del gigante Visconti, es una excelente adaptación de la novela homónima escrita por Giuseppe Tomasi di Lampedusa, en 1956, cinta muy exitosa y reconocida, ganadora no en vano de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, y debido a su extensa duración -la original versión duraba 180 minutos-, no pocos cortes y nuevas versiones verían la luz. Para ese entonces, Visconti había ya encontrado su definitivo y muy delineado estilo, habiendo iniciado con su ejercicio neorrealista La Tierra Tiembla (1948), por supuesto, su singular estilo de neorrealismo, para después alejarse un poco de esa corriente, así como tener después una suerte de regreso a esos orígenes con Noches Blancas (1957), siempre con sus particulares matices, para ya después, con Senso (1954), dar rienda suelta a toda su prodigiosa imaginería. Visconti deja por un momento de lado, pero solo superficialmente, sus conocidas filiaciones políticas, y ya sin abordar sus inclinaciones marxistas como en otros filmes, en esta oportunidad pone en relieve el conflicto de la Revolución italiana, la reunificación, el socialismo imperante entonces, y las constantes alusiones a su gloriosa tricolor, pudiendo rozar por momentos lo panfletario su película, pues después de todo, es algo que Visconti no puede evitar, está en su arte. Visconti respeta también lo influyente de la religión en la época, lo indivisible en le vida de entonces y el preponderante papel que tenía en esa sociedad. Para cerrar la crítica, la secuencia final, el clímax de la misma, la prolongada secuencia de poco más de cuarenta minutos del baile de presentación en sociedad de Angélica, y es la secuencia en la que se explota lo mejor de la estética de Visconti, lo mejor de su escenografía, lo mejor de su atrezzo, su sofisticación elevada al máximo nivel, el fastuoso y pomposo baile digno de la realeza, los aristócratas en toda su extensión, trajes de etiqueta, elegantes vestidos de las damas, decoraciones exquisitas, igual que la música, y la cámara que emprende un minucioso estudio de todos los rincones, toda la elegancia burguesa es representada en una secuencia extensa, acorde al genio del realizador, tan extensa como magistral, para encuadrar. Estupenda la secuencia que nos remite una vez más al gusto de Visconti por jugar con el paralelo entre el cine y el teatro, y lo hace deliciosamente con su puesta en escena, pues asistimos a un espectáculo casi teatral, inacabable, y en el que su gusto y perfeccionamiento del aspecto coreográfico alcanza la perfección, pues tan extensa secuencia, trabajada como solo Visconti puede, configura un ejercicio coreográfico y artístico remarcable, colofón estupendo para una cinta descomunal. Al final del baile, simbólico momento, Lancaster, el Príncipe, llora, pues sabe que ese baile significa la entrada de los jóvenes ahora al frente de todo, es hora de entregar la posta de su imperio, y además al terminar el baile, Sicilia es ya otra. Descomunal, estupenda, imperdible, de cinco estrellas, Visconti en estado puro.





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