domingo, 22 de enero de 2012

Testigo de Cargo (1957) - Billy Wilder

Singular e inolvidable cinta la que comento en esta oportunidad, una auténtica joyita clásica del cine, que numerosos motivos tiene para ser considerada como tal, como una inmortal obra que reunió a actores de mucho relumbre, que fulgurantes enaltecen el prestigio de un filme delicioso, inolvidable, de esos que, después de visto, da gusto haberlo hecho, y dan ganas de repetir. Billy Wilder fue el encargado de materializar esta magistral película, y tuvo la honra de dirigir a dos gigantes actores, empezando por el gran Charles Laughton, actor que fue utilizado por geniales directores, entre ellos el maestro francés Jean Renoir, un actor que ciertamente se luce, que parece disfrutar de su actuación, parece ser consciente de lo excelso que es en ello. A su lado, tenemos a otra gigante de la actuación, una mujer como pocas, la germana Marlene Dietrich, un monumento de actriz, gélida, fría, distante, pero candente e intensa cuando se lo propone, inolvidable y remarcable mujer. Juntos conforman un reparto estupendo, para una cinta estupenda, encarnando Laughton a un prestigioso abogado que debe llevar el caso de un sujeto acusado de asesinato a sangre fría de una acaudalada anciana, y para empeorar las cosas, recibe una jugosa y cuantiosa herencia por parte de la finada, mientras durante la investigación, la Dietrich, indomable, es la esposa del presunto asesino, mujer de armas tomar que será el motor desencadenante de todos los inesperados eventos en la cinta acontecidos.

         



Ingresando ya en el filme, un gran juicio se está llevando a cabo, mientras el juez pide orden en la sala, se nos muestran los créditos. Es Inglaterra, y fuera de la sala, en su hogar, está Sir Wilfrid (Laughton), un viejo y voluminoso abogado, renombrado profesional de mucho prestigio, que se está recuperando de un ataque cardiaco que lo alejó de su trabajo, al que es adicto. Ahora está recuperándose del paro, y debe lidiar con su parlanchina enfermera, la señorita Plimsoll (Elsa Lanchester, su mujer en la vida real), que le resulta insoportable. Ella es la encargada de cuidarle de emociones fuertes, le evita que tome casos difíciles, pero Wilfrid quiere y necesita acción, y es entonces que recibe a uno de sus colegas, Mayhew (Henry Daniell), que le lleva un importante y difícil caso de asesinato, el involucrado es Leonard Vole (Tyrone Power), acusado de asesinar a una viuda anciana acaudalada. Él es un pobretón, pero parece inocente a los ojos de Wilfrid. Cuenta al abogado la historia de cómo la conoció casualmente, era una mujer madura, solitaria y viuda, con dinero, ávida de compañía, con la que frecuentó, y se hicieron amigos rápidamente. Mientras les cuenta su versión de los hechos, de pronto recibe en herencia de la viuda, ochenta mil libras, un más que apetitoso monto, que se vuelve móvil ideal del asesinato, y Vole es arrestado. Después, entra en escena la esposa del acusado, Christine Vole (genial la Dietrich), que antes de que suceda, ya sabe que su esposo fue arrestado, ella está al tanto de todo, es una recia, fría y calculadora alemana, a quien se le informa que Wildfrid no llevaría el caso por su salud, y que el joven abrogado Brogan-Moore (John Williams), sería quien lo lleve. Christine asegura que se casó con Leonard por conveniencia, solo para escapar de una caótica Alemania. La mujer es remarcablemente dura, y parece ocultar mucho.




Ante esto Wilfrid se decide a llevar él mismo el caso, para pesar de la señorita Plimsoll, y se entrevista con el acusado Vole, que le cuenta las circunstancias en que conoció a Christine, cuando él, estando en Alemania, llegó hasta el club donde ella trabajaba cantando. En pleno espectáculo, se desataron desmanes, el lugar fue agraviado, y él se le acerca, atraído por la hermosa y fría alemana, pronto nace un romance, que se traduce después en un matrimonio, y la mudanza de ambos a Inglaterra. Se inicia el juicio y Wilfrid evidencia porqué es un abogado tan respetado, manejando toda situación, es un viejo zorro a prueba de todo. Se llama a declarar al ama de llaves de la viuda, el panorama no pinta bien para Vole, pero Wilfrid con su experiencia va ganando terreno, hasta que el fiscal llama a Christine. Ella cambia completamente su discurso, aseverando que su esposo regresó la noche en cuestión completamente horrorizado y ensangrentado, lo hace quedar como obvio culpable. Wilfrid trata de manejar la situación, llama al señor Vole a declarar, pero es acorralado. De pronto recibe una llamada de una misteriosa mujer con supuesta y jugosa información. Es una especie de gitana, que fue agraviada en su momento por Christine, y ahora busca venganza, por lo que entrega a Wilfrid unas cartas escritas por Christine. Las cartas son presentadas en el juicio, son de puño y letra de la alemana, escribiéndole a un amante y aseverando que declarará mentiras para arruinar a Leonard, quedar libre e irse con él. Ante la luz de la evidencia, ella se quiebra, acepta haber escrito las cartas, y Vole es declarado inocente. Tras el juicio, una serie de revelaciones inverosímiles son hechas, declaraciones con las que culmina la cinta, y que no consignaré en el presente escrito, respetando un explícito pedido de los realizadores.







El reconocido director Billy Wilder es el responsable de presentarnos esta notable obra cinematográfica, repleta de intrigas, misterios, y sobre todo, sorpresas, en la forma de las finales revelaciones que a más de uno dejarán con rostro de extrañeza, en uno de los finales más inesperados y sorpresivos que se haya visto en cintas norteamericanas. Es en ese final en el que se da la peculiaridad de transmitirnos los realizadores una advertencia/sugerencia, en la que se pide al espectador que mantenga el secreto del final del filme, sobre todo para aquellos que no lo han visionado aún, singular pedido que ha hecho que haga yo una excepción en mi normal proceso de crítica a una cinta, he respetado ese pedido, y he omitido los detalles de tan explosivo e inesperado final, para no estropeárselo a aquellos que vayan a verlo por vez primera. Hablando ya de otro tema, la cinta descolla de manera fulgurante en su tremendamente distinguido reparto, por la increíble calidad de ambos protagonistas, empezando por un enorme Charles Laughton, personaje imponente, imperial, todo un señor, remarcable interpretación del refunfuñón y dominante abogado, que no se deja desbordar por nada, con esa tan grave voz suya, se encarga de materializar la personalidad de este mandón y asertivo personaje, especialmente en el juicio, con la peluca incluida, esa voz es más gruesa y grave que nunca, soberbio momento, soberbia actuación. Asimismo, son particularmente memorables las secuencias de Wilfrid auscultando y escudriñando a sus entrevistados con el reflejo del monóculo, primero a Vole, luego a la Dietrich, con distintos resultados, en un ejercicio en el que con contrapicados se magnifica más aún su ya imponente presencia, impresionante detalle de un casi juguetón anciano que domina todo, y es que Laughton se come la pantalla, es un señor actorazo.









Anecdótico el detalle de que actúe junto a su mujer, Elsa Lanchester, su esposa en la vida real, y lo fue durante más de tres décadas, su compañera, y la que, ya fenecido el actor, desveló el secreto de su homosexualidad, detalle que ella supo desde antes de las nupcias, y sobre el que no me pronunciaré más. Y tiene Laughton en la cinta a una acompañante a su altura, una mujer desbordante, la prodigiosa germana Dietrich, un témpano de hielo, con esa mirada casi animalesca suya, mujer incontenible e indomable, es capaz de pasar del gélido hielo al candente fuego en instantes, particularmente memorable la secuencia del juicio cuando ella admite ser la autora de las cartas (aunque falsificadas), y clama “Damn you!!!”, ¡¡¡¡Maldito seas!!!!, maldiciendo al buen Laughton repetidas veces, cada vez más espeluznante que la anterior, apoteósica, escalofriante, casi infernal la voz de la alemana, la Dietrich es una mujer de fuego, una intensa y temible fiera. Para enriquecer su participación, tenemos el detalle del doble personaje, que, aunque breve, también está impregnado de la genialidad y versatilidad de esta inmortal actriz, punto para la Diterich en su segundo papel en la cinta, una suerte de gitana atormentada, vulgar y chabacana, que es de reconocer, a primera instancia uno no espera lo que sucede al final. Tenemos el privilegiado deleite de verla actuando, y, como hiciera en ese súper clásico alemán, Der blaue Engel (1930), (El Angel Azul, de la mano de Josef Von Sternberg, estupendo director alemán encargado de obtener, en sus cinco colaboraciones juntos, lo mejor de esta inolvidable mujer, y de materializar inmortales piezas de expresionismo), la veremos, como lo hizo entonces Lola Lola, cantando, tocando el acordeón, en una secuencia de semejanza e inevitable referencia al inmortal y clásico filme alemán. Es esta, pues, una cinta descomunal, con actores descomunales, un auténtico placer audiovisual, cinta yanqui con actores europeos, totalmente imprescindible, para aquel que aprecie cine de verdad.









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