viernes, 19 de agosto de 2011

El Último Tango en París (1972) – Bernardo Bertolucci

Este controvertido entramado erótico es intenso, es real, es animal. Notable el trabajo de Bertolucci para dirigir al monstruo Brando, le brinda un adecuado ritmo a la película, y sabe insertar la banda sonora, todo con lo que consigue crear ese ambiente de aislamiento en el que ambos personajes principales van a vivir. El excelente Marlon Brando, si bien alejado de su mejor forma,  se encarga de impregnar con toda su energía y fuerza al personaje principal, Paul. Un hombre entrado en años, un  personaje que queda destruido tras el aparente suicidio de su esposa Rosa. Ese pérdida lo trastorna, lo descompone, lo desconecta del mundo, al punto que no necesita más contactos sentimentales, no necesita sentimientos ni cariño, sólo necesita erotismo, satisfacer la elemental necesidad animal del sexo. Esto queda fuertemente representado en su falta total de interés hacia detalles ajenos al sexo, no le interesan nombres, no le interesa el pasado, no le interesa nada de lo demás, sólo copular, sólo realizar sus más osadas fantasías sexuales.




Es en esta situación que conoce a su inquilina, María Schneider, una atractiva jovencita que quedará impresionada por el magnetismo animal de Brando, y se dejará envolver por ello, formando una relación estricta y  abiertamente sexual, donde el erotismo desbordará, donde los nombres son innecesarios. Es así que Paul encuentra lo que desea, una compañera perfecta que se siente muy a gusto dando rienda suelta a todo ese fuerte y abrumador erotismo. Ellos viven esta aventura sexual aislados completamente del mundo, aislados en el cuarto de hotel de Paul, pero sin darse cuenta, también están aislados el uno del otro, él permanece impenetrable e inaccesible a los intentos de ella de entrar en su persona. Si en un inicio es Brando el que es impermeable, poco a poco veremos cómo los papeles se van invirtiendo, hasta ser ella la que resulta inalcanzable para un consumido Paul. La escena del baile de tango es genial, donde Brando habla de su particular forma de ver, sentir e interpretar el tango, baile de cortejo, baile elegante de galantería. Y luego ellos realizan su particular tango, que no hace más que plasmar el descompuesto estado de Paul.



Finalmente es momento de que Jeanne vuelva a la realidad, de que regrese a un mundo real del que se desconectó dejándose abrazar por su propio lado animal y sexual al lado de Paul. Ella sentirá que es momento de abandonar ese episodio, de casarse con su joven prometido, de dejar al viejo Brando. Al ver que se escapa su única fuente y posibilidad de prolongar sus deseos, Paul enloquece, la persigue, la acosa, no teniendo esto otro fin que su asesinato por parte de la misma Jeanne, que acaba confesando a sí misma que ella acaba de matar a un extraño, a un demente que intentó ultrajarla, lo ha asesinado, sí; sí, ha asesinado a un completo extraño, del que no sabe ni su pasado, ni sus orígenes, ni siquiera su nombre, mató a un extraño.



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