viernes, 19 de agosto de 2011

Grito de Piedra (1991) – Werner Herzog

Interesante película de Herzog donde nos muestra un duelo intenso entre una vieja escuela y la juventud, entre el brío juvenil y la serena experiencia. Todo esto enmarcado en un imponente nevado en territorio argentino. Nuevamente el trabajo paisajístico de Herzog nos brindará un agradable momento, al tiempo que nos sirve de marco para el duelo entre los dos escaladores, el duelo por conquistar a la naturaleza. Uno representando a la juventud, el otro a la experiencia, su enfrentamiento se trasladará también al plano sexual, rivalizando por la amante, la atractiva Mathilda May, quien tendrá el acierto de mostrar su desnudez, aunque sea fugazmente. Notaremos cómo, pese al empuje, brío e ilusión del joven -ilusión, pues después de todo él era un atleta televisivo, no un montañista verdadero, irrefutable y fatal verdad que ignoró testarudamente-, el alpinista experimentado tendrá siempre la situación, de alguna manera bajo control, sin perder nunca el dominio, y sabiendo lo que sucederá. Quizás una moraleja de que la vieja escuela, no en vano tiene ese nombre, y que más sabe el diablo por viejo, que por diablo. Herzog continúa su andadura artística, el tratamiento a los grandes y majestuosos escenarios naturales sigue siendo contundente en determinados momentos, y en el reparto actoral destaca el apreciable Donald Sutherland.


    

Siempre el imponente paisaje, siempre el notable escenario, siempre Herzog convirtiéndonos en parte de su relato con esos planos tan exquisitos de la naturaleza. La exploración de todo ese rico paraje, ese poderoso e indomable nevado, asimismo todo el territorio en su derredor, son bellamente documentados por Herzog, incluida una aparición de Chabela Vargas como una india lugareña. Una indómita naturaleza que de pronto se ve invadida no solo por los montañistas, sino por impertinentes medios de información, la tecnología invade la naturaleza. Interesante el detalle del personaje del aparentemente lunático individuo, enigmático sujeto que clama haber escalado ya el nevado, el mismo que le arrebató los dedos, que presencia todos los acontecimientos, y que ya conoce de antemano toda la experiencia.












Un maduro Herzog configura una cinta más bien a modo de moraleja, deja de lado temas históricos, épicos personajes del mito, para mostrar un aspecto más reflexivo, sereno, de alguna manera acorde al momento de su trayectoria. Pasado el brío y explosividad de sus inicios, el tema en esta ocasión refleja que el individuo ha madurado, se serena, su lenguaje audiovisual experimenta símil momento, pero no pierde su gran capacidad de generar momentos muy sublimes, monumentales. Es así que, luego de la batalla contra la invencible montaña, la experiencia termina por imponerse a la impetuosa juventud, que termina pagando su obstinación, y Herzog imprimirá ese sello suyo para darnos un final memorable. Acompañado por la hermosa melodía de Tristán e Isolda de Wagner, asistiremos al triunfo del montañista mayor, a su conquista del nevado, y a la vez descubrirá una verdad sorprendente, mientras la cámara nos transporta en un viaje etéreo para observar desde las nubes su gloriosa victoria, en un plano general que sirve de final perfecto, y la inclusión del gigante músico alemán es una novedad más que agradable en el ya conocido dominio del cineasta para esos planos generales, esos travellings notables. Quizás sin alcanzar la grandeza de otros ejercicios, la cinta es decente, Sutherland siempre serio actor, Mathilda May no deja de agradar, la acertada inclusión de Chabela Vargas, configura todo una cinta que si bien no es el pico como realizador del director, tiene destellos de su genio.

                   

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